Miércoles V de Pascua
Hch 15, 1-6
Sal 121
Jn 15, 1-8
Jerusalén, la Ciudad Santa, es el lugar donde se tendrá el primer Concilio de la Iglesia y en él se busca dar solución a un problema que amenazaba con iniciar un cisma dentro de la misma.
Aunque la circuncisión era importante en el Pueblo de Israel, sabemos que no era eso lo que los salvaba, ni simplemente el cumplimento de la Ley; lo que verdaderamente salva es el creer en Cristo y ser bautizado en su nombre. La fe que hemos recibido por medio del bautismo debe ser conservada, incrementada y testificada. Esto nos llevará por buen camino, otorgándonos la salvación.
Hoy se puede percibir que en la Iglesia van surgiendo conflictos. A pesar de ellos, el Espíritu Santo conservará en ella la unidad, buscando las soluciones más adecuadas para que el Evangelio sea causa de salvación y no de condenación, de unidad y no de división. El ejemplo de la Iglesia primitiva nos debe de llevar a meditar sobre el sentido de la unidad y de la comunión fraterna que debe imperar en nuestro tiempo.
¿Cómo, pues, podremos ser una Iglesia que se mantenga abierta al diálogo? ¿Cómo ser una comunidad de vida que se conserve unida? La respuesta la tenemos en el Evangelio de hoy: “Permanecer en Jesús”. Si permanecemos en Él y Él en nosotros, entonces podremos dar frutos abundantes, puesto que su Palabra será fecunda en nosotros.
Dios no desea una Iglesia que se destruya a sí misma, que se vaya desmoronando por dentro. Más bien Él quiere que demos frutos de santidad, de amor, de justicia, de misericordia, de paz, de vida, etc. Quienes queremos vivir íntimamente unidos al Señor y formar una verdadera comunidad con los hermanos, hemos de estar abiertos a la conversión, puesto que día a día el Padre nos irá purificando de todo aquello que no nos permite dar buenos frutos.
El permanecer en Jesucristo conlleva una gran responsabilidad, ya que no únicamente hemos de disfrutar la salvación de una manera personal, sino que debemos de trabajar a favor de su Evangelio, para que así, tanto con nuestras palabras como con el ejemplo, colaboremos para que otros puedan alcanzar la salvación.
Roguémosle al Señor que nos conceda la dicha de vivir siempre unidos, a ejemplo de Jesucristo y el Padre: “Mi Padre y yo somos uno” (cfr. Jn 10, 30); y conforme a esa unidad, podamos trabajar para que el Evangelio llegue a más personas y así puedan alcanzar la gloria de la Salvación.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

Bendecido día Padre Gerardo!! Muchas gracias!!
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