Sábado VII de Pascua
Hch 28, 16-20. 30-31
Sal 10
Jn 21, 20-25
“Sígueme”: nuestro seguimiento del Señor ha de ser consecuencia de haberlo conocido, de haber estado con Jesús, de amarlo y, por ende, de estar comprometidos totalmente con Él. Todos los bautizados estamos llamados en hacer nueva nuestra vida a la luz del Resucitado. La vida que Dios nos ha comunicado en su Hijo amado, no la podemos dejar encapsulada, sino que debemos de proclamarla a todo el mundo, para que de esa manera llegue la salvación a nuestros hermanos.
A través del tiempo, la Iglesia sigue escribiendo la historia del amor de Dios, no únicamente con sus palabras, sino también mediante las obras, las actitudes y la vida misma del creyente.
Hemos de tener cuidado de no romper con la unidad de la Iglesia, sabiendo respetar la diversidad de carismas que Dios ha derramado sobre la misma. No todos tenemos las mismas cualidades, sin embargo, es necesario que cada uno de nosotros aporte su granito de arena con lo que el mismo Señor le ha regalado y así seguir colaborando en la construcción del Reino de Dios.
La Iglesia, que somos todos los bautizados, que se extiende hasta los últimos rincones de la tierra, debe de hacer cercano a Jesucristo. Por medio de la Iglesia, el mundo debe de seguir escuchando la voz de Cristo, debe seguir sus pasos, debe de contemplarlo. Dios nos ha concedido esta gracia, pero a la vez, implica una gran responsabilidad.
Habrá mucha gente que no permita que este mensaje se siga propagando, que se opongan a nuestra predicación. Pero no debemos de temer. Tengamos cuidado de por querer quedar bien con algunos, nos rebajemos a su nivel, dejando de lado lo que verdaderamente es importante a los ojos de Dios.
El Señor quiere que seamos testigos de su amor en medio del mundo, que comuniquemos a todos la gran misericordia que tiene para con todos, la gracia que sigue derramando en medio de nuestros corazones. Todos estos elementos deben de ir generando una conversión en aquellos que nos dejamos interpelar por la Palabra de Cristo.
Si por dar testimonio de la verdad somos calumniado, perseguidos, ultrajados o menospreciados, no olvidemos que es el camino que nos prometió el Señor, ya que detrás de la cruz, siempre se encontrará la resurrección, es decir, la vida eterna.
Pidámosle al Señor que nos conceda la gracia de ser leales y fieles a la misión evangelizadora que nos ha confiado. Que Él derrame abundantemente sobre nosotros su Santo Espíritu, para que nos conduzca por sus caminos y podamos llegar, algún día, a la salvación eterna.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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