Sábado VI de Pascua
Hch 18, 23-28
Sal 46
Jn 16, 23-28
Contemplar la entrada en escena de Apolo, un hombre con mucho ímpetu y frenesí, nos deja una gran enseñanza: la importancia que tienen los laicos en la comunidad. Si somos observadores, Apolo no duda en hablar de Jesucristo. Tal vez no lo hace empleando las palabras más adecuadas y elocuentes, pero su intención es profundamente honesta y sincera.
Aquila y Priscila, al ver toda la entrega y determinación con la que Apolo habla de Jesús, no dudaron en tomarlo en cuenta y ayudarlo. Ellos comienzan a explicar con más detalles cómo fue el camino que recorrió Jesús. Hicieron con él una extraordinaria labor de formación y enseñanza. ¿Cuál es el fruto que consiguieron? Todo un evangelizador y catequista en la doctrina del Señor.
De nuevo se nos invita a abrir el corazón y saber reconocer el don de Dios, a poder percibir los signos de la voz del Espíritu Santo, a caer de que todos estamos llamados a responder al llamado de “ir a predicar la Buena Nueva” (cfr. Mt 28, 16).
Qué triste es ver cuando un sacerdote busca a un laico sólo cuando él no puede hacer una tarea. La misión de los laicos no es de suplencia, sino de un compromiso personal con su Iglesia. El sacerdote no puede hacer todo el trabajo sólo, necesita de la comunidad. Debemos de aprender a ser una Iglesia que trabaje en conjunto, que se anime a involucrarse en la labor pastoral.
Démonos cuenta de que Dios nos ha llenado de talentos y virtudes, pero es necesario echarles una mano: Apolo era bueno, pero se dejo instruir por Aquila y Priscila, convirtiéndose en un elocuente predicador; también nosotros necesitamos dejarnos formar, dejar que el Alfarero nos moldee y haga de nosotros una obra de arte.
No ahoguemos las iniciativas que otros presentan en la Iglesia. Aprendamos a discernir lo mejor de esa idea y ayudémosle a hacerla crecer. Como dijo el Cardenal Roncalli (Juan XXIII): “estamos en la tierra no para custodiar un museo, sino para hacer crecer un jardín de vida y destinado a dar frutos gloriosos”. Qué estupendo sería que, entre todos, logremos hacer realidad el sueño de Dios y tengamos una Iglesia que sepa compartir y cumplir con su misión.
Todo esto se lo podemos pedir con confianza al Padre, “quien pide algo al Padre en mi nombre, se lo concederá”, pero también siendo conscientes de que el cristiano debe de permanecer unido a Cristo, como Cristo permaneció unido al Padre: es contemplar lo creado y contribuir con la obra de la creación, es abrir las manos y estar dispuesto a que el Señor las llene.
Que el Señor nos conceda la gracia de saber comprometernos más en su Iglesia, de dejarnos conducir por el Espíritu Santo que actúa por medio de los hermanos. ¡Qué maravilloso es ayudar a otros a ser evangelizadores y testigos del Resucitado! ¿Te animas en esta hermosa tarea?
Pbro. José Gerardo Moya Soto

Padre amoroso y bendito gracias por tu paciencia y entrega por mi cada día sin dejar de insustirne que trabaje.para ti.
ResponderEliminarBendiciones padre Gerardo gracias bendecido día.