Miércoles VIII semana Tiempo Ordinario
Si 36, 1-2. 5-6. 13-19
Sal 78
Mc 10, 32-45
Jesús va camino hacia Jerusalén (aquí no nos referimos simplemente a un dato geográfico, sino más bien a un símbolo teológico, en donde Cristo marcha hacia lo que será su pasión y muerte en la cruz) y San Marcos quiere profundizar en este acontecimiento. Jesús sube para entregar su vida y el evangelista nos quiere dejar bien en claro que, si los discípulos pretenden seguir a Jesús, han de pasar por el mismo camino que el Maestro recorrió.
En el primer anuncio, Pedro toma consigo al Maestro aparte para poder persuadirlo. La segunda vez que Jesús anunció su muerte, los discípulos discutían entre sí sobre los primeros puestos. En este tercer anuncio, san Marcos vuelve a subrayar la cerrazón de los apóstoles y nos muestra la ambición de los dos hermanos por pedir ser los primeros en el Reino de Dios.
¿Qué obtienen en cambio? Que Jesús les anuncie de qué manera han de glorificar a Dios. Para ello emplea un lenguaje simbólico: emplea la comparación de la copa y el bautismo. Beber la copa es sinónimos de asumir la amargura, la renuncia, el sacrificio; pasar por el bautismo apunta a dejarse purificar, dar comienzo a una nueva existencia. Es decir: los discípulos también pasaran por el martirio.
Al ver aquella petición, los otros diez se llenan de indignación, no porque vieran algún inconveniente en la petición, sino porque también ellos pensaban lo mismo, quería obtener prestigio. Es aquí donde Jesús aprovecha la circunstancia para darles una lección referida a la autoridad y al servicio, poniéndose Él mismo a su nivel: “El Hijo del hombre no ha venido a que lo sirvan, sino a servir y a dar la vid por la redención de todos”.
Puede ser que a nosotros también nos suceda lo mismo que a los apóstoles. Tal vez, consciente o inconscientemente, más de alguna vez nos hayamos llenado de ambición, anhelando puestos de honor o de interés personal. El día de hoy se nos presenta una buena lección.
El auténtico seguidor de Jesucristo no debe de entender la autoridad como aquellos que “son reconocidos como jefes de los pueblos” porque esos lo único que hace es “tiranizar y oprimir”. El cristiano tiene que entender la autoridad como un servicio, una entrega por los demás: “Aquel que quiera ser el primero, que se haga el último y el servidor de todos”. Si reflexionamos en esto, descubriremos que en ocasiones buscamos dominar y no servir. Por eso Jesús nos invita a imitarlo, ya que Él mismo estaba en medio de los suyos como el que sirve.
Pero el Señor no sólo nos quiere darnos una lección sobre la humildad y el servicio, sino que nos muestra lo que implica ser su discípulo. Debemos preguntarnos si verdaderamente aceptamos el Evangelio de Jesús con todo lo que este implica, ya que a nosotros nos espera la misma suerte que al Maestro: la persecución, el rechazo, el abandono.
En el mundo actual se nos invita constantemente a rehuir del dolor y del sufrimiento, dándonos a entender que lo único que cuenta es el placer inmediato, la felicidad en el momento, la satisfacción momentánea. Aquel que sigue a Jesucristo debe de entender que tiene que asumir a Cristo con todo lo que implique, pues él mismo nos ha dicho: “Aquel que quiera seguirme, que cargue con su cruz cada día y me siga” (cfr. Lc 9, 23). Ser cristiano es seguir el camino de Cristo e ir imprimiendo en nosotros sus mismos sentimientos.
El seguimiento al Señor exige muchas veces la renuncia, el esfuerzo y el sacrificio. Así como el atleta renuncia a ciertos alimentos para poder estar en forma para su competición, así como el estudiante se esfuerza día a día en el estudio, así como los trabajadores luchan de sol a sol para llevar el pan a sus hogares, así debe de ser la respuesta del verdadero discípulo del Señor.
Que el Señor nos conceda la gracia de saber colaborar en la obra de la salvación. Que suscite en nosotros un verdadero amor al servicio y a la entrega. Si se nos ha confiado algún cargo-puesto importante, que el Espíritu Santo nos ilumine para no buscar ser servidor por los otros, sino que nosotros nos convirtamos en los servidores de todos.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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