Jueves X semana Tiempo Ordinario
II Co 3, 15- 4, 1. 3-6
Sal 84
Mt, 5, 20-26
En la actualidad, hay muchas personas que no acaban de ver, que sus ojos están completamente velados: puede ser por el egoísmo, por el materialismo, por el desinterés o simplemente por falta de formación en el campo espiritual.
Los creyentes de este tiempo, hemos de ser luz para los demás, ya no únicamente por medio de palabras o discursos, sino porque hemos decidido imprimir en nosotros la misma imagen de Jesucristo. Nuestra manera de vivir ha de reflejar la grandeza del Señor, el cual sigue transformando nuestra existencia.
El Apóstol nos habla que una de las tareas del Espíritu de Dios en nosotros es la de “irnos transformando cada vez más en la imagen del Señor”, lo cual se puede traducir como “cristificarnos”. Todos aquellos que nos vean, que se relacionen con nosotros, ha de contemplar que detrás de nosotros está la gracia y la gloria de Dios actuando en nuestros corazones.
Al igual que San Pablo, hemos de predicar la obra que Dios ha hecho en nosotros. ¿Cómo hacerlo? Con intensidad, sin echarnos para atrás o acobardarnos, puesto que nosotros estamos “encargados de este servicio por la misericordia de Dios y no nos acobardamos”.
En nuestros días contemplamos que muchas personas, impulsadas por el Don del Espíritu Santo, aceptan a Jesús y todo lo que implique seguirlo; pero también hay muchos otros que no quieren saber nada de Él, siendo completamente indiferentes a su llamado. Preguntémonos si hasta el día de hoy hemos sido difusores de la luz del Señor, si hemos logrado reflejar el amor y la alegría del Padre.
Por otra parte, Jesús se ha tomado muy enserio lo de que somos hijos de Dios y, por lo tanto, hermanos unos de otros. Por ello, en el Sermón del Monte, nos invita a que nos comportemos como tales.
En un primer momento insiste en nuestra fraternidad, señalando algunas actitudes que son contrarias a ella. Nos habla de ya no matar al hermano, sino de cómo hemos de amar al hermano: no estar peleado con él, no estar indiferente o alejado, no seguir nuestra vida como si nada pasara. Jesús nos muestra las actitudes que debemos imprimir en nuestra vida y deseo de fraternidad.
Cristo nos da enseñanza sobre el amor y la manera en que se debe de dar la fraternidad, puesto que él ha destacado que la unión total de los hermanos únicamente puede darse entre el amor a Dios y el amor al prójimo. El Maestro es claro y rotundo: no se puede amar a Dios si no ama al hermano; no se puede estar bien con el Señor, si no se está bien con el prójimo; no se puede llevar una ofrenda al altar y se está enemistado con los demás.
Jesucristo quiere que cuidemos todas nuestras actitudes, tanto las interiores, como las exteriores. Nada es impedimento para que luchemos en alcanzar la fraternidad en nuestra Iglesia. Confiemos que la gracia de Dios está con nosotros y nos sostiene en medio de la adversidad. Seamos una verdadera fraternidad en el Señor.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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