Miércoles XI semana Tiempo Ordinario
II Co 9, 6-10
Sal 111
Mt, 6, 1-6. 16-18
El compartir con los que no tienen, viene a convertirse en un signo latente de que la caridad es posible y real entre los cristianos. Y es que el compartir tiene un efecto “boomerang”: Dios devuelve con generosidad a quien es solidario con los que no tienen. Ya en el libro de los Proverbios podemos encontrar relación: “Honra al Señor con tus riquezas y con los primeros frutos de tus cosechas. Así, tus graneros se llenarán a reventar y tus bodegas rebosarán de vino nuevo” (Pr 3, 9-10).
“Dios ama al que da con alegría”. Es interesante esta frase. Dar o compartir no debe causar tristeza por desprenderse de los bienes. Todo lo contrario, debe suscitar en nuestro interior una alegría, puesto que sabemos que lo que hemos compartido a otro le beneficiará. No olvidemos que “hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20, 35).
Ya no interesa la cantidad de lo que ofrezcamos al otro, sino más bien la intensión que se ponga en dicha acción. Lo más importante vendrá a ser compartir de todo corazón. No debemos preocuparnos si hemos dado poco o mucho, lo que sí importa es la intención con la que lo has compartido. Como bien diría Santa Teresa de Calcuta: “No importa el número de acciones que realices; lo que importa es la cantidad de amor que ponemos en el trabajo que realizamos”. Parafraseando un poco esta idea: “no importa si lo que has compartido es poco o mucho, lo que importa es el amor con que lo has presentado al más necesitado”.
Ahora bien, lo que San Pablo nos ha comunicado en la primera lectura, la práctica de la solidaridad con quien más lo necesita, se completa con las palabras que Jesús nos propone en el Evangelio de este día.
La necesidad de reconocimiento o aprobación del otro desfigura nuestra conducta. Ante la tentación latente de querer exhibir la solidaridad como una medalla, Jesús nos invita a no dejarnos arrastrar por el reconocimiento ante los demás. Por ello, nos hace la invitación de obrar con discreción: “cuando des limosna, no lo anuncies con trompetas… que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha… cuando hagas oración no lo hagas por llamar la atención… cuando ayunes, no pongas cara triste”.
Hemos de realizar todas nuestras acciones de tal modo, que ni nosotros tengamos la sensación de estar haciendo una cosa buena por la que merezcamos alguna recompensa o elogio por parte de los hombres. Al contrario: todo lo que llevemos a cabo debe de ser realizado en presencia de Dios. Hay actitudes que no van de acuerdo con el modo de ser de Jesús. Es por ello que, con frecuencia, Él hace hincapié de cómo hemos de obrar.
El día de hoy, al contemplar y meditar la Palabra de Dios, sería muy oportuno e interesante preguntarnos sobre el motivo de nuestras acciones: ¿qué se esconde detrás de cada acto que realizamos, de nuestro servicio pastoral? No vaya a ser que, por lo frágil de nuestra vida, muchas veces quisiéramos ser más reconocido por los hombres que por el mismo Dios. Busquemos que nuestra caridad y servicio por lo demás sea por amor, de tal modo que sólo Dios lo vea, pues de este modo nuestra recompensa nos la dará Dios y no los hombres.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Comentarios
Publicar un comentario