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"El corazón de una Madre no se olvida"

 El Corazón Inmaculado de María

Memoria 


II Co 5, 14-21

Sal 102

Lc 2, 41-51



    La fiesta del Inmaculado Corazón de María nos hace poner nuestra mirada hacia aquello que ella guardaba en su corazón. Meditemos en su fe y amor, hasta el punto de poder llegar a ser como ella. Recordemos que colocarnos junto a María, nos hace estar junto a su Hijo amado. 


    Cuando hablamos del corazón, y más si nos fijamos en el corazón de una mujer bendita, es situarnos en un campo lleno de fe y esperanza. Muchos de nosotros alguna vez hemos empleado estas afirmaciones: “te lo digo de corazón”; “esa persona es puro corazón”; “es que tiene un corazón de oro”.


    Efectivamente, el corazón es el centro de la persona. En él sucede todo: ahí se toman las decisiones de la vida; en él se guardan todos los sentimientos, afectos y anhelos más profundos de cada individuo; incluso, en el corazón, es donde se puede sentir la presencia de Dios y dialogar con Él, sabiendo que el desea emplear en nosotros una relación de amor.


    El corazón viene a ser intimidad, la vida interior, el motor y la raíz de toda persona humana. La Sagrada Escritura nos dice que el corazón equivale a la persona misma. En el caso de la Santísima Virgen María, su corazón vendrá a ser representado por dos símbolos: la espada, la cual significa el dolor; y las llamas, que simbolizan el amor y la ternura.


    En el corazón de la Madre, encontramos dos excesos: el del amor y el de la confianza. El primer exceso, el del amor, lo podemos contemplar y vislumbrar en la Anunciación, cuando el Arcángel Gabriel le saluda: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1, 28). Ella, ante tal invitación de amor, no se resiste, sino que se abandona enteramente al llamado que Dios le hace. el segundo exceso, el de la confianza, lo podemos observar en la sumisión y abandono ante el Señor: “Yo soy la esclava del Señor, que se haga en mí según tu palabra”.


    El Evangelio de San Lucas nos presenta el terrible sufrimiento de la virgen cuando Jesús se había quedado en el templo y ella pensó que se había perdido. Dado que Dios ha querido darnos a María como madre, podemos imaginar que esta experiencia se repite cuando alguno de nosotros nos perdemos o nos alejamos de Dios. Es cierto, Jesús se perdió en el templo, sin avisar a sus padres, lo cual suscitó una gran angustia en su madre. El problema es que, cuando nosotros nos perdemos, no lo hacemos en la casa de Dios, sino en lugares en los cuales no se encuentra la presencia del Señor. Es necesario, entonces, tomarnos fuertemente de la mano de María, para que no nos extraviemos y apartemos del camino del Señor.


    El Corazón Inmaculado es un buen lugar en donde podemos estar, puesto que en él podemos encontrar y experimentar todos los días de nuestra vida el amor y la ternura de la Madre, la cual siempre nos conducirá hacia Jesús.


    Adentrémonos al Corazón Inmaculado de María para seguir profundizando en nuestra fe; que al contemplarla, podamos aprender de ella a “guardar y meditar todas las cosas en nuestro corazón”, y recordar que “no se ve bien sino es con el corazón” (Antoine de Saint-Exupéry).



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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