Sábado XI semana Tiempo Ordinario
II Co 12, 1-10
Sal 33
Mt, 6, 24-34
El día de hoy, San Pablo nos comparte un fiel retrato de su persona. Por una parte, nos narra cuáles era sus puntos fuertes y, por otro lado, nos habla de sus puntos débiles. El Apóstol sabe que no es Dios, sino que es un hombre, que se ve rodeado de fortalezas y de debilidades en todo su ser.
Aunque con mucha certeza nos recuerda que no está bien presumir, nos comparte las visiones y revelaciones que el Señor tuvo con él. Nos dice cómo “fue arrebatado hasta el tercer cielo”. Con esta afirmación nos queda claro que Dios lo acompañaba y que Él era su punto de apoyo.
Pero no únicamente nos comparte la parte agradable de su vida, sino que también nos quiere presumir sus debilidades, asegurándonos que “lleva una espina clavada en su carne, un enviado de Satanás, que lo abofetea para humillarlo”. Ha pedido tantas veces al Señor que lo libere de esa situación, pero Él le ha respondido: “te basta mi gracia, porque mi poder se manifiesta en la debilidad”.
Quitando lo que haya que quitar, cada uno de nosotros se puede ver reflejado en esta realidad que nos ha contado San Pablo. Muchos nos podemos situar en el mismo campo personal que el Apóstol. Conocemos nuestras debilidades, en ocasiones nos faltan las fuerzas, pero, a su vez, también hemos sentido la experiencia de que cuando acudimos al Señor, Él viene a nuestra ayuda, dándonos las fuerzas necesarias para continuar en nuestro camino.
Es por ese motivo que Jesús nos recuerda cuál tiene que ser nuestra preocupación principal: buscar el reino de Dios. ¿Qué significa esto? Dejar que el Señor reine en nuestro corazón y en toda nuestra vida; dejar que Él dirija todas nuestras acciones.
Existen muchos otros “distractores” que constantemente están llamando a nuestra puerta para ocupar el primer puesto en el corazón. Por ejemplo: el dinero. Por ese motivo, Jesús nos advierte de eso: “nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y amará al otro, o bien obedecerá al primero y no le hará caso al segundo… no se puede servir a Dios o al dinero”.
Por la propia experiencia de vida hemos de saber que no hay nada mejor que abandonarnos a Dios, ya que, nadie nos da tanto como nuestro Padre celestial. ¿Por qué digo esto? Pues porque Él nos enseña los caminos que hemos de recorrer: el camino del amor, del perdón, de la verdad, de la justicia, de la bondad… y todo esto para encontrar la felicidad que tanto se añora y anhela.
Aun cuando existe preocupaciones por el “qué vamos a comer”, “cómo nos vamos a vestir”, “qué trabajo vamos a realizar”, debemos abandonarnos al Padre, sabiendo que la preocupación principal de nuestra vida es la de agradar al Señor, la de “buscar el Reino de Dios y su justicia”.
No dejemos que nuestras fragilidades nos hagan separarnos del camino del Señor o nos haga caer en las garras de “otros dioses”. Al contrario, sirviendo fielmente a nuestro Dios, dejemos que su gracia nos sostenga, puesto que nosotros sabemos que “nos basta su gracia” y que “en nuestra debilidad, se muestra perfectamente la fuerza de Dios”.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Que hermoso texto!!!
ResponderEliminarAsí sea padre celestial sigue guiando a tu pueblo por medio de tu palabra .
ResponderEliminarGracias señor por cada sacerdote que vas dirigiendo cada día y llenando de sabiduría para que nos comparta y nos hagan reflexionar al camino de la salvación.
Bendición padre Gerardo un abrazo.