Martes IX semana Tiempo Ordinario
To 2, 9-14
Sal 111
Mc 12, 13-17
Hemos comenzado la meditación de Tobías. Este libro, que fue escrito aproximadamente en el siglo III o II A. C., es una novela que busca edificar al pueblo de Dios. Aquel que nos va contando la historia, un excelente artista de la narración, lleno de vitalidad y encanto, y nos presenta a un Tobías que se mantiene firme en medio de las peores dificultades que se le presentan, para que al final Dios lo colme de bendiciones.
Tobías, a pesar de ser una buena persona, no está exento de las pruebas. El día de hoy, por un accidente un poco torpe, queda ciego. Pero como el mismo texto lo dice, “Dios permitió esta desgracia para que, como Job, diera ejemplo de paciencia”. Y vaya que lo consigue, puesto que la reacción de este buen hombre no es de coraje o frustración, sino que sigue dando gracias a Dios, a pesar de que sus parientes se burlan de él.
El paralelismo que encontramos entre Tobías y Job es subrayado claramente en este libro por la manera en que ambos reaccionan ante las desgracias que les suceden: con paciencia y plena confianza en Dios.
Aquí cabría preguntarnos: ¿cómo reaccionamos ante las pruebas que Dios me presenta? Porque en ocasiones, hay rachas donde se van acumulando malas noticias o donde pareciera que nos llueve sobre mojado: en cuestiones como salud, vida familiar, el trabajo, etc. Ante estas situaciones: ¿nos revelamos ante Dios o hacemos lo mismo que Tobías, seguimos confiando en Él día tras día?
Aquel que se dice ser auténtico seguidor del Señor, no se muestra únicamente agradecido a Dios cuanto todo marcha de maravilla en su vida, sino también cuando acontecen las desgracias; no sólo cuando el ambiente está bien, sino también cuando se encuentra en un ambiente hostil. Un verdadero creyente no pierde la esperanza, al contrario, deja siempre abiertas las puertas a la confianza en Dios.
Jesús nos da ejemplo de la confianza que tiene ante su Padre. Al presentarse estos partidarios de Herodes formulando aquella pregunta, Jesús no cae en provocaciones, ni se enrolla en la actitud de estos hombres, aunque aquella pregunta fue muy buena: “Está permitido o no pagarle al tributo al César? ¿Se lo damos o no se lo damos? Porque si Jesús respondía, “si hay que pagarlos” el pueblo se le echaba encima, por contradecir su predicación; “si decía que no”, los romanos lo podían acusar de revolucionario.
El Maestro les enseña que el César es autónomo: la marca en la moneda nos lo recuerda. En cambio, Dios va más allá, puesto que Él nos ofrece valores fundamentales y absolutos. La persona ha sido “creada a imagen y semejanza de Dios” (cfr. Gn 1, 27). La apariencia de Dios en el hombre es más importante que la del emperador. Jesús no niega la humano, “dad al César lo que es del César”, pero tampoco relativiza o hace menos a su Padre: “den a Dios lo que es de Dios”.
El hombre debe de aprender que, en el momento de la prueba, no puede fiarse únicamente en los hombres, sino que debe abandonarse completamente a Dios, puesto que Él es el único que podrá rescatarlo de sus congojas, dándole la fuerza de su Espíritu para poder afrontar todas las pruebas que se le presenten en la vida: que el Señor nos conceda la gracia de confiar en Él en cada momento de nuestra existencia.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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