Lunes XI semana Tiempo Ordinario
II Co 6, 1-10
Sal 97
Mt, 5, 38-42
San Pablo nos invita a no recibir en vano la gracia de Dios. Todo lo contrario, superadas todas las dudas que suelen surgir de la lógica humana, todos aquellos prejuicios y miedos del hombre, el corazón anclado en una religiosidad superflua, nos invita y anima a seguir los pasos del Maestro.
Nuestra identidad como seguidores del Señor, pasa por la prueba de la veracidad. Es decir, entre las palabras que se pronuncian y las actitudes del diario vivir; es procurar no ser escándalo para la comunidad, el no provocar divisiones en la misma o complicar las relaciones es ya un verdadero testimonio de fe.
Visto desde otra perspectiva: ¿qué sucede cando surge un problema? ¿A quién le gusta estar inmerso en medio de las contrariedades o problemáticas? ¡A nadie! Pero esto es un buen indicio, es buena señal, ¿sabes por qué? Porque cuando surgen los conflictos, nuestra manera de obrar, las actitudes que mostremos, revelaran nuestra fortaleza, la verdadera adhesión que tenemos con el Señor.
El mismo San Pablo lo expresa con suma profundidad: “Somos los 'impostores' que dicen la verdad; los 'desconocidos' de sobra conocidos; los 'moribundos' que están bien vivos; los 'condenados' nunca ajusticiados; los 'afligidos' siempre alegres; los 'pobres' que a muchos enriquecen; los 'necesitados' que todo lo poseen”.
De ahí, pues, la propuesta de Jesús de vivir de una nueva manera nuestras relaciones con los demás. El Maestro nos cuestiona, nos provoca y nos desafía para aprender a vivir el reino de Dios. Todo lo que Cristo realizó, los milagros, las parábolas, los discursos, se concretiza a través del compromiso, compromiso que Él mismo vivió.
Aquí la clave estará en aprender a superar la concepción y lógica humana que se tenga de la justicia, de la venganza, de la autosatisfacción. La manera en la que Jesús responde a las acusaciones que se le hacen, nos revela que es posible vivir de acuerdo con el Evangelio: “Ustedes escucharon que se dijo… pero yo les digo”.
Jesús, nuestro Maestro, nos propone no devolver mal por mal. Todo lo contrario, nos exhorta a responder con el bien duplicado: “Si alguno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la izquierda; al que te quiera demandar en juicio para quitarle la túnica, cédele también el manto. Si alguien te obliga a caminar mil pasos en su servicio, camino con él dos mil”.
El Señor, con una belleza incomparable, ha aterrizado su Evangelio en el corazón de quien lo arriesga todo, puesto que él le ha encontrado un sentido total a su vida. ¿Y cuál es ese sentido? El del amor. Se trata de colocar en el centro del corazón y hacer presente en el aquí y ahora el reino de Dios. Aquí ya no hay máscaras: es el momento de “no recibir en vano la gracia de Dios”. Recomencemos, si es necesario, ya que a mi lado está mi hermano y no la sentencia del juez implacable.
Jesús nos ha mostrado cuáles deben de ser nuestros gestos ante el prójimo y lo más sorprendente es que todo esto no pasa de moda. El Maestro no devolvió mal por mal, no pagó diente por diente. Todo lo contrario: “Cristo nos amó hasta el extremo” (cfr. Jn 13, 1) y nos perdonó de todos nuestros pecados. No lo dudes más: déjate mover por la gracia del Espíritu y devuelve el bien a todos, incluso a los que te hacen el mal. Créeme, es lo mejor que podemos hacer.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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