Martes XI semana Tiempo Ordinario
II Co 8, 1-9
Sal 145
Mt, 5, 43-48
En esta ocasión, San Pablo nos hace una cordial invitación a mostrarnos generosos con nuestros hermanos, especialmente con los que menos tienen. Aquello que se realizó desde el comienzo de la primera comunidad, “todo lo tenían en común y repartían entre todos según la necesidad de cada uno” (cfr. Hch 2, 42ss), el Apóstol quiere que se haga en toda la Iglesia. Cuidar del hermano consiste en atender con generosidad las necesidades que pueda pasar.
Es aquí donde nuestra generosidad debe de brilla, puesto que estamos llamados a ayudar al otro a remedias sus necesidades, mostrando en nuestra preocupación por el otro el verdadero amor que se atesora en el corazón.
Parecería difícil llegar a este ideal, pero el ejemplo nos lo ha dado Jesús: “Él siendo rico, por nosotros se ha hecho pobre a fin de enriquecernos con su pobreza”. Esta es la pauta que debe de seguir nuestro corazón. El ejemplo del Señor es la pauta y el horizonte de nuestra generosidad.
El día de hoy, la Palabra de Dios nos afronta y nos recuerda la obligación que tenemos como Iglesia: a ser solidario con nuestros hermanos que presentan dificultades; a ser sustento de aquel que está desfalleciendo; a ser apoyo para que el que ha caído; etc. Estamos llamados a mostrar una generosidad que sobrepase los límites de los caprichos, socorriendo las necesidades de aquellos que sufren por diferentes motivos.
Así como San Pablo exhortó e invitó a la comunidad de Corinto y Macedonia, así el Señor nos invita hoy a la solidaridad, a la donación, a la entrega de nuestra propia persona: todo esto como una muestra sincera de nuestra caridad. Un amor que responde a ser cercano, a buscar la fraternidad inmediata, a trascender las fronteras del desinterés y volverse solidario con los más necesitados.
Jesús, por medio del evangelista San Mateo, nos expone sus enseñanzas, la manera en cómo hemos de vivir sobre la nueva moralidad en confrontación con la dureza de la antigua Ley. Nos recuerda que “Él no ha venido a destruir la Ley, sino a darle pleno cumplimiento” (cfr. Mt 5, 17).
El Maestro nos invita a vivir la generosidad desde el amor: “Yo les digo: amen a sus enemigos, rueguen por los que los persiguen”. Una petición un poco radical, pero siempre tan oportuna en el Señor. Jesús nos invita a que caigamos en la cuenta de que ya no hay “nosotros y ellos”, ni “amigos o enemigos”. Todos somos hijos de Dios.
Este amor al prójimo incluye a todos: al que te fastidia, al que te odia, al que te amenaza, al que tiene menos que tú, etc. El amor que nos pide Jesús luchará por superar cualquier barrera u obstáculo, y así poder abrirle paso a la reconciliación y relación.
Nuestra generosidad no se ve únicamente por medio de lo que damos materialmente, sino también en el interior: orar por los enemigos, devolver bien por mal, amar, saber reconocer al otro como hijo de Dios. Sólo así nos acercamos a la perfección, a ser en vida el reflejo del Padre.
Ya no se trata de combatir el mal con mal. ¡Por supuesto que no! Al mal se le combate con el bien (cfr. Rm 12, 21): responder con perdón a las ofensas; corresponder con amor al desprecio; ser misericordiosos con aquellos que nos persiguen o atacan. Que toda nuestra vida sea un reflejo del amor de Dios y se vea manifestado en nuestra generosidad. Y nunca olvides que, “la generosidad no necesita recompensa; se paga a sí misma” (Hippolite de Livry).
Pbro. José Gerardo Moya Soto

Así sea!! Gracias señor por tus enseñanzas y por tanto amor!! Bendecido día,gracias Padre Gerardo!!
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