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"Nos diste, Señor, el pan del cielo"

 El Cuerpo y la Sangre de Cristo

Solemnidad


Ex 24, 3-8

Sal 115

Hb 9, 11-15

Mc 14, 12-16. 22-26



    Las palabras dichas por Jesucristo en la última Cena se hacen presente cada vez que se renueva el santo sacrificio eucarístico. Las escuchamos en el evangelio de Marcos y resuenan más todavía por la solemnidad que hoy estamos celebrando: Corpus Christi (el Cuerpo y la Sangre de Cristo).


    Esta perícopa del Evangelio, nos lleva espiritualmente al Cenáculo, haciéndonos revivir el clima espiritual de aquella noche cuando el mismo Jesús nos anticipó el sacrificio que consumaría en la cruz. Así pues, la institución de la Eucaristía se presenta como una aceptación de la muerte de Cristo. San Efrén nos dice al respecto: “Durante la cena, Jesús se inmolo a sí mismo; en la cruz, fue inmolado por los demás”.


    “Esta es mi sangre”. Con este lenguaje se expresa claramente la referencia a los sacrificios que se hacían en Israel. Ahora Jesús se presenta como el verdadero y definitivo sacrificio, en el cual, se realiza la expiación de los pecados, la cual no había tenido cabal cumplimiento hasta entonces.


    Desde el comienzo, con la construcción del becerro de oro, el pueblo de Israel fue incapaz de mantenerse fiel a la promesa de Dios. Sin embargo, Dios no faltó a su promesa. De hecho, por medio de los profetas, iba recordándoles la alianza que había pactado con ellos. Fue durante la última Cena donde Jesús convierte su sangre en “sangre de la nueva alianza”.


    Esto lo podemos observar muy palpablemente en la carta a los Hebreos, donde se declara a Jesús como “el mediador de una nueva alianza”. Lo es gracias a su inmolación, la cual da pleno valor al derramamiento de su sangre.


    En la cruz, Jesús es al mismo tiempo víctima y sacerdote: víctima digna de Dios, porque no tiene ninguna mancha, ningún pecado; y sumo sacerdote porque se ofrece a sí mismo, bajo el impulso del Espíritu Santo e intercede por toda la humanidad. Por ese motivo, la cruz es el misterio de amor y de salvación, ya que en nos purifica de todas nuestras “obras muertas” y nos santifica, esculpiendo la nueva alianza en nuestro corazón.


    Cada día, al celebrar la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Cristo nos comunica el amor libre y puro, haciéndonos testigos de su alegría. Hemos de manifestar al mundo nuestra autentica devoción a la Eucaristía. Debemos de pasar momentos de silencio y adoración frente a Jesús Sacramentado.


    El santo Cura de Ars solía decir a sus fieles: “Vengan a la Comunión… es verdad que no son dignos, pero la necesitan”. Conscientes de ser indignos de recibir el cuerpo de Cristo, a causa de los pecados que hemos cometido, pero necesitados de alimentarnos con el amor que el Señor nos ofrece por medio del Sacramento eucarístico, renovemos nuestro ser creyente, nuestro ser hijos de Dios.


    Actualmente esta la fuerte tentación de reducir la oración a momentos superficiales y apresurados. Hoy en día existe el peligro de la secularización, la cual se puede traducir en un culto vacío y formal, participando de la Eucaristía simplemente de una manera presencial, pero estando el corazón lejos de Dios.


    Hoy es un buen día para valorar el hermoso regalo que Jesús nos ha regalado: su Cuerpo y su Sangre. Él prometió “estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo” (cfr. Mt 28, 20). Que el Señor nos conceda la gracia de acercarnos a su mesa y que Él nos siga alimentando con el pan de la vida eterna. Que Dios libre nuestro corazón del veneno del mal y del odio que lo contamina y lo purifique con el poder de su amor misericordioso.



Pbro. José Gerardo Moya soto

Comentarios

  1. Así sea!! Que Dios nuestro señor nos lo conceda!! bendecido día!! Padre Gerardo!! Muchas gracias!!

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  2. Bendito y alabado sea Nuestro Señor
    Dios del amor y del perdón.
    Gracias padre Gerardo .

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