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"Nuestro "sí" se convierte en sal y luz del mundo"

 Martes X semana Tiempo Ordinario


II Co 1, 18-22

Sal 118

Mt, 5, 13-16



    Los seres humanos vamos realizando proyectos a corto, mediano o largo plazo. Pero, por desgracia y motivos adversos, no siempre se pueden llevar a cabo en nuestra vida, creando en nosotros una sensación de fracaso, tristeza o frustración. 


    Qué difícil tuvo que haber sido para Pablo de ser acusado por no cumplir la promesa de ir a visitar a la comunidad de Corinto. Pero más duro que esto, fue el que lo tacharan de voluble, de indiferente, incluso de que él se movía según su conveniencia.


    A ciencia acierta se desconoce el motivo por el cual no cumple aquella promesa. Sin embargo, debido a este episodio, la gente comienza a desprestigiar su persona, su ministerio, y, por tanto, su mensaje. Por ese motivo, San Pablo, no duda en defenderse, no por los comentarios que se hacen de él, sino por que se pone en duda el Evangelio de Cristo.


    Hemos de descubrir que los proyectos de Dios no son los nuestros. Si repasamos la Sagrada Escritura, nos encontraremos con muchos pasajes, en donde el hombre ha querido seguir su voluntad, antes de abandonarse a la voluntad de Dios. ¿Cuántas personas conocemos que han cambiado sus planes y proyectos por haberle dicho “sí” al Señor, abandonándose al designio salvador del Padre y encontraron su felicidad?


    Nosotros, día con día, debemos de mostrarle nuestro “sí” a Dios: no sólo el día de nuestro Bautismo por boca de nuestros padres y padrinos; no sólo el día de nuestra Primera Comunión; no sólo el día en que recibimos la Confirmación; no únicamente el día de nuestro Matrimonio u Ordenación Sacerdotal; sino que ese “sí” debe de mantenerse a lo largo de nuestra vida. 


    Cuando un cristiano responde “Amén” en las oraciones, en la Santa Misa o en algún momento litúrgico, debe de manifestar su fe en la solidez del amor de Dios para toda la humanidad. Cada vez que se dice “Amén”, la persona debe de abandonarse al Señor, aceptando con esperanza su plan de salvación.


    Por esa razón Jesús nos invita a ser sal: aquello que condimenta y le da sabor a la comida o evita que los alimentos se corrompan a falta de refrigeración; también se nos invita a ser luz: que alumbre el camino, que respondamos a las preguntas y dudas de los demás, ser capaces de disipar la oscuridad y las tinieblas de los demás; también el Maestro nos estimula a ser como una ciudad puesta en lo alto de una colina: que pueda ser punto de referencia de los que van por el camino o un lugar en donde el corazón pueda acoger a los que están peregrinando.


    Desde esta perspectiva, quien dice “sí” al Señor con su vida, se convierte en sal y luz para los demás. Cabría entonces preguntarnos: en realidad, ¿somos sal y luz para el mundo? ¿Nuestro “sí” es constante y buscamos sostenerlo todos los días de nuestra vida?


    Dios confía en nosotros y su lealtad dura para siempre. Que nuestro corazón esté siempre inclinado a Él, respondiendo con un “sí” sostenido, y que esto nos lleve a ser sal y luz para todos los que nos rodeen.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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