Miércoles X semana Tiempo Ordinario
II Co 3, 4-11
Sal 98
Mt, 5, 17-19
San Pablo nos recuerda que “nuestra capacidad viene de Dios”. Es así como pudo superar todas las dificultades que se le iban presentando en el camino. Si no hubiera sido por la ayuda de Dios, quién lo sostenía en su ministerio, el Apóstol no podría haber llevado a cabo su misión.
En la vida de todo creyente, sobre todos aquellos que desempeñan algún apostolado en la Iglesia, debe tener convicciones claras, las cuales le ayudarán a perseverar en su camino de discípulo y misionero. Al igual que San Pablo, debemos poner nuestra confianza en el Señor: la fuerza que Dios nos comunica y las cualidades que hay en nosotros, es cómo podemos seguir adelante y permanecer en su amor.
Si en el Antiguo Testamento, “Moisés y Aarón, con sus sacerdotes, invocaban al Señor, y Él les respondía”, con cuanta mayor razón nosotros, que conocemos y seguimos al mismo Hijo de Dios, hemos de invocar su nombre y abandonarnos completamente a su confianza, sabiendo que Él nos responderá.
Recordemos que el Antiguo Testamento no está abolido. Todo lo contrario, está perfeccionado por Jesús. En el Evangelio, el Maestro nos exige que se cumpla hasta la última tilde de la ley mosaica, ya que Él mismo le dará la plenitud a esa ley.
Hemos de aprender a cumplir todos los mandamientos de Dios, ya no simplemente como una norma u obligación de todo bautizado, sino más bien se tiene que dar como un ejercicio de amor, de abandonarnos enteramente a la voluntad del Padre.
Nunca olvidemos que nuestro Dios no es simplemente un legislador, que quiere imponerle al hombre una ley que tiene que cumplir forzosamente. No, no es así. Jesús nos muestra a Dios como Padre, el cual desea que todos sus hijos reconozcan y experimenten su amor, correspondiendo de la misma manera en la que Él nos ama.
San Pablo nos dice que Jesús es aquel que genera la confianza en el hombre , y, a su vez, el hombre pueda tener la confianza en Dios, es decir, en su Padre. Cristo es la encarnación del amor de Dios y la razón de depositar en Él nuestra confianza. Una confianza que se apoya en cumplir al pie de la letra la ley, ya no únicamente movidos por nuestras capacidades, sino por el mismo Espíritu que se nos ha dado.
Al reflexionar la liturgia de la Palabra de este día, nos debería de llevar a preguntarnos, sobre con qué Espíritu, qué afectos, con qué libertad nos acogemos a la ley de Dios. ¿Somos simples cumplidores de la ley, o nos preocupamos por cumplir la ley desde el corazón? ¿Nos quedamos únicamente con lo que dice la ley o nos mueve el Espíritu a saber interpretarla desde el amor?
La ley no pretende ser una loza pesada que tiene que se cargada sobre nuestros hombros, sino que busca ser un camino que nos conduzca a ser los más grandes en el Reino de los Cielos. Por ello, hemos de enseñar todos estos preceptos con humildad y sencillez, abrazando con amor los mandatos de Dios.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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