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"Se llamará Juan"

 Natividad de San Juan Bautista

Solemnidad 


Is 49, 1-6

Sal 138

Hch 13, 22-26

Lc 1, 57-66. 80



    Dios, al momento de acercarse a los hombres, lo ha hecho de manera tranquila, paso a pasito. Antes de otorgarnos el gran regalo de su amado hijo Jesús, quiso que un precursor comenzara a hablar de Él con fuerza y vigorosidad. Y ese precursor es: Juan el Bautista.


    Desde antes de su nacimiento ya había signos especiales que lo rodeaban. En primer lugar, nace de unos padres que se encontraban ya en avanzada edad: Zacarías e Isabel, y a eso le sumamos que si madre era estéril (hasta antes de concebir a Juan). Un segundo elemento para resaltar es que se rompe la tradición de llamarle como su padre, dándole el nombre de Juan, ya que está en sintonía con la misión que ha de realizar (Juan significa “Dios es propicio”, “Dios se ha apiadado”, “Dios es misericordia”).


    La misión que se le ha encomendado al precursor es la de presentar a Jesús, el Mesías, como aquel que salvará a la humanidad. El que siempre nos será propicio, el que “estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo” (cfr. Mt 28, 20) y que tendrá entrañas de misericordia, mostrándose a su pueblo por medio del perdón y no del castigo.


    Cuando le llega su tiempo al Bautista, se dedica de lleno a proclamar, en las orillas del río Jordán, la próxima venida del Salvador. Todos aquellos que atienden a su predicación y le hacen caso, él los bautiza como signo de arrepentimiento, como un signo de querer abandonar una vida de pecado y meterse de lleno a los caminos de Dios: “preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos” (cfr. Mc 1, 2). Viviendo de esa manera una vida nueva.


    Juan, como amigo de Dios, lleva en su corazón la verdad y la humildad. Por eso, con toda sencillez pregona a todos los que se acercan que él no es el Mesías, “al que no es digno ni siquiera de desatarle las correas de sus sandalias” (cfr. Jn 1, 27). Cuando aparece Jesús y es bautizado por Juan, pide a la comunidad que se queden con Cristo y no con él, ya que “conviene que Él crezca y que yo disminuya” (Jn 3, 30), que equivale a decir: “Ese es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29).


    Cada uno de los bautizados tiene, en cierto modo, la misma misión que la del Bautista: con sus palabras y testimonio de una vida constante en la búsqueda de Dios, debe invitar a sus semejantes a abrirse a la ternura y misericordia del Señor palpables en la persona misma del Verbo hecho carne.


    También, una de nuestras tareas fundamentales es la de indicar a otros quién es Jesús, para que ellos acudan a Él, para que descubran quién es Él y todo lo que nos ofrece y así se dejen cautivar por su amor. Aprendamos a ser como el Bautista, fiel profeta e instrumento de la gracia de Dios. Que lo nuestro sea el amar y seguir a Jesús, de manera que cada vez se haga más presente la gracia de Dios, disminuya en nuestra vida el pecado.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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