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"Si Tú quieres puedes curarme"

 Viernes XII semana Tiempo Ordinario


Gn 17, 1. 9-10. 15-22

Sal 127

Mt, 8, 1-4



    Abraham es el padre de los creyentes debido a que, contra todo pronóstico, esperó y creyó en la promesa que Dios le había hecho. Que consideremos a Abraham padre no lo hacemos únicamente como un sentido espiritual, sino que, ante todo, tenemos un modelo del cómo tenemos que vivir nuestra relación con Dios. Podemos aprender de él muchas cosas: la fe que tiene a su Padre Dios, el saber escuchar la voz del Señor, seguir sus caminos a pesar de que muchas veces estos sean inciertos o difíciles.


    La historia de Abraham es un ejemplo más de cómo los planes del Señor siguen adelante, aún cuando humanamente aquello parezca imposible. No podemos controlar a Dios, decirle cómo ha de obrar en nuestra vida. Cuando se complica una situación o parece que todo se ha perdido, Él suscita personas y movimientos que nos hacen abandonarnos a sus proyectos de salvación. La fe, puesta en el Señor, hará que nuestros planes prosperen y lleguen a su cumplimiento.


    Abandonarse al Señor no es tarea sencilla. Para Abraham tampoco lo fue. Tuvo que hacer un proceso interior para confiar plenamente en la promesa que Dios le había hecho. Imagínate, ser padre de una gran descendencia, cuando él ya era anciano y su mujer estéril… no fue cosa fácil.


    Hoy podemos contemplar la lucha que se da entre la fe y la incredulidad que vivió. Contemplamos en el texto que “Abraham se postró en tierra y se puso a reír”. Esto es un ejemplo y motivación para nosotros, para no desanimarnos cuando internamente tenemos un combate con nosotros mismos y nuestra fe no es tan grande como nos gustaría. Pero como diría la carta a los Hebreos: “Abraham ha combatido el combate de la fe y ha merecido el premio” (cfr. Hb 11, 8-19).


    El secreto para ganar ese combate espiritual está en lo que Dios le pide a Abraham antes de hacerle la promesa: “camina en mi presencia con rectitud”. De ahí que tenga mucho simbolismo el pasaje del Evangelio que hoy hemos meditado: “Señor, si quieres, puedes curarme”. La confianza y fe del leproso en el poder de Jesús es tan grande que le da la seguridad de que será curado de inmediato.


    En esta petición del leproso se puede destacar de una manera muy clara su total confianza en el Señor, en la fuerza de su poder y de su amor. No duda en que Jesús pueda hacer lo que le pide. Sabe que lo puede realizar, que tiene el poder para hacerlo. Por ello, busca la compasión: “Si quieres…”. Ante una actitud de confianza, de humildad y de fe, Jesús no se resiste: “¡Quiero, queda limpio!”.


    Todos tenemos nuestras luchas diarias que cuestionan nuestra fe, nuestras batallas que nos hacen dudar de la presencia del Señor en nuestra vida, nuestros momentos de fragilidad en donde creemos que todo esta perdido. La clave estará en la fe que se deposita en Él: “Tu fe te ha curado”. Recordemos que dónde falta la fe y confianza Jesús se retira: “Y no pudo hacer allí muchos milagros por su falta de fe” (cfr. Mt 13, 58).


    Ya sabemos cómo acercarnos a Jesús: con fe. No tengas miedo, confía en el Señor. Nunca estas sólo, Él te acompaña, Él te cura de tus enfermedades y dolencias, Él está contigo, solo mira al interior de tu corazón, Él estará siempre.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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