Miércoles IX semana Tiempo Ordinario
To 3, 1-11
Sal 24
Mc 12, 18-27
La historia de estas dos familias (la de Tobías en Nínive, y la de Sara, hija de Ragüel, en Media) se encuentran. Quedan unidas por la serie de desgracias que están viviendo y, sobre todo, por la confianza puesta en Dios. Su dolor las lleva al abandono de la oración: una oración difícil, dicha entre lagrimas.
Esta historia que hemos contemplado es una invitación para que nosotros tengamos fe y confianza en el Señor, independientemente de lo que llegue a suceder en nuestra vida. Probablemente alguna vez nos haya pasado que nuestra oración no es gustosa, llena de alegría o de alabanza. A veces, como Jesús, nuestra oración puede ser angustiada, entre lagrimas, desgarrada por el dolor que hay en el corazón.
En muchas ocasiones llegamos a caer en el error de pensar que lo que nos está sucediendo es catastrófico y que no hay ninguna salida en nuestra vida. Pero no es así. Recordemos que muchas veces el Señor de un mal logra sacar un bien. El relato, tanto de Tobías como el de Sara, nos puede asegurar que Dios nos escucha, que Él está cerca de nosotros, que nunca se desentiende de nuestra historia personal.
También es significativo los dos personajes que aparecen en el relato: por una parte, Asmodeo, y por otra Rafael. El demonio Asmodeo lo único que hace es matar. No tiene otro cometido que el de matar; por otra parte, el Arcángel Rafael, es la medicina de Dios, el que cura de toda adversidad.
Aunque en nuestra vida existan diferentes demonios que quieran erradicar con nuestra vida, Dios nos enviará a su Arcángel Rafael como la medicina que el corazón necesita para salir adelante, ya que el Señor no quiere nuestra muerte, sino que Él se sigue mostrando cercano de muchísimas maneras a lo largo de nuestro caminar.
Si analizamos el salmo de hoy, nos daremos cuenta de que es un salmo de abandono y confianza en el Señor: “Dios mío, en ti confío, no quede yo defraudado… los que esperan en ti no quedan defraudados. Señor, enséñame tus caminos, haz que camine con lealtad”. Es necesario abandonarnos en el Señor y dejarnos tocar por su amor.
El abandono y la confianza total al Padre, la podemos contemplar en Jesús y el Evangelio nos los demuestra. Hoy, de nuevo, le hacen una pregunta hipócrita, no porque se desee obtener una respuesta, sino porque quieren hacerlo caer.
El caso que le presentan es absurdo y llevado hasta extremas condiciones: “siete hermanos que se casan con la misma mujer porque van falleciendo, sin dejar descendencia”. Pero Jesús no cae en la trampa de lo inmediato, sino que va a lo más profundo de aquello por lo que lo interrogan. Aquí lo principal no serán los siete hermanos o la viuda. Aquí lo importante es lo que Jesús afirma de su Padre: “Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos”.
De nuevo la mirada y la palabra del Maestro sobrevuela por encima de los saduceos. Jesús siempre va mas allá: Dios es un Dios de vida, Dios de vivos, un Dios que engendra vida, (como lo veíamos en la primera lectura), un Dios que vence a la muerte. Si decimos que el amor es más fuerte que la misma muerte, ¿cómo Dios no va a poder engendrar hombres nuevos, gloriosos, resucitados?
Que el Señor, rico en misericordia y piedad, nos enseñe a orar, incluso cuando todo parece perdido para nosotros; que nos conceda la capacidad de abandonarnos a su amor y poner nuestra confianza en Él, incluso más allá de toda esperanza humana. Señor, sé mi fortaleza y mi refugio.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

Así s
ResponderEliminarAsí sea señor!! Bendecido día!! Gracias Padre Gerardo!!
ResponderEliminar