El Sagrado Corazón de Jesús
Solemnidad
Os 11, 1. 3-4. 8-9
Is 12
Ef 3, 8-12. 14-19
Jn 19, 31-37
El día de hoy celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Y lo hacemos animados por las palabras del profeta Isaías: “Sacarán agua con gozo de las fuentes de la salvación” y “den gracias al Señor, invoquen su nombre, cuenten a los pueblos sus hazañas, proclamen que su nombre el sublime”. Esta celebración se presenta como una oportunidad de saciar nuestra sed en el Corazón amoroso de Jesús y proclamar la obra de su salvación.
El corazón del hombre, cuya imagen en sí misma ya es un símbolo del amor, en Jesucristo se hace la presencia real del Amor de Dios por los hombres. Un amor tan grande, que, ante la indiferencia de su pueblo, llega para decirnos: “Mi corazón se conmueve dentro de mí y se enciende con toda mi ternura”.
El Corazón de Jesucristo no únicamente simboliza una metáfora del amor de Dios, sino que nos hace experimentar y sentir el amor tan incondicional que el Señor tiene para toda su Iglesia. Como pueblo de Dios no celebramos un amor genérico e indefinido, como si fuera un recuerdo lejano del Señor, sino más bien se muestra como una devoción y abandono total al Corazón amoroso de Jesús.
Ante el Corazón de Jesús, hemos de doblar nuestra rodilla ante Él y aprender a contemplar al “Emanuel, es decir: al Dios-con-nosotros”, el cual nos ha amada con un amor divino y humano, tomando sobre sí nuestros pecados y siendo perdonados por su Sangre derramada en la Cruz.
Al profundizar en la intimidad del Maestro, nos conduce y nos llama a lo que Él mismo fue en el mundo: a imprimir en nosotros sus mismos sentimientos; a tener caridad pastoral; aprender a aceptar el sufrimiento como una ofrenda grata al Señor; a seguir intercediendo por todos aquellos que nos necesitan (esto puede ser por la oración, por la ayuda, por la cercanía).
La muerte de Jesús en la Cruz es el momento culminante en, dónde el amor del Padre se manifiesta en nuestra vida, siendo así un reflejo del amor de Dios por todos, el cual se sigue manifestando en todos, especialmente en los pobres, en los marginados, en los que sufren o no tienen paz.
Tras este acto totalizante del amor de Dios, la entrega de Jesús por nosotros, hemos de tener motivos para creer en ese amor y dejarnos envolver e interpelar por ese amor. Hoy debe de ser una buena oportunidad de mirar a Dios y agradecer su amor misericordioso, su infinita bondad para con todos.
Que, al mirar a Jesús, a su corazón traspasado por nuestros pecados, podamos experimentar todos los días ese “amor que se entrega hasta el extremo” (Cfr. Jn 13, 1). Qué, al estar envueltos en el amor del Padre, podamos vivir unidos a la imagen de Dios Trino. Que el Señor encienda en nuestros corazones el fuego de su amor.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Comentarios
Publicar un comentario