Sábado IX semana Tiempo Ordinario
Tb 12, 1. 5- 15. 20
Tb 13
Mc 12, 38-44
La historia de Tobías finaliza el día de hoy con una exhortación muy importante que les externa Rafael: “Bendigan a Dios y glorifíquenlo delante de todos los vivientes por los beneficios que les ha hecho y canten himnos de alabanza en su nombre”.
Nuestra vida, con todos los acontecimientos que hemos vivido, sean dolorosos o gozosos, está llamada a ser una bendición. En estos sucesos se manifiesta la presencia amorosa del Señor. Nuestra historia personal habla, es más, grita al mundo que Dios nunca nos abandona, que Él siempre permanece con nosotros.
En este libro de Tobías, que hemos meditado durante esta semana, se revela que la fidelidad, la entrega y el servicio, tienen una razón de ser más valiosa y grande que la gratificación y el reconocimiento inmediato, sino que nos muestra la manera en la cual, nuestro corazón, debe de abandonarse totalmente al Señor.
Aquella revelación de Rafael, “cuando Tobías y Sara oraban, yo ofrecía sus oraciones al Señor de la gloria, como memorial” les manifiesta que, en los momentos de fidelidad y de soledad, Dios está presente con ellos. El Arcángel les asegura que, eso que han realizado sin ser visto, aquello que entregaron sin esperar recompensa, y la fe que conservaron en la oración más desgarradora, el Señor la ha escuchado.
Sí somos consciente de la presencia providente de Dios, sabremos que nuestra vida será una hermosa bendición para los demás. También hoy nos dice el Señor: “cuando te entregabas entre lagrimas y, a pesar del cansancio que nadie veía, te mantuviste fiel en medio de la ingratitud; cuando rezabas al Señor, sin poder verlo, pero confiado en su poder; tu oración, tu misma vida, subía hasta mí. Nada de lo que has vivido se ha perdido: Yo lo veía todo; Yo te veía, Y Yo lo haré fructificar”.
Ser testigo de Dios no es una cuestión de futuro, un lanzarse al vacío al grito de: “Dios proveerá”. Es más bien una cereza del presente, que se sostiene en la fe del creyente. El Señor está presente, aunque no lo veas o sientas, Él está siempre a tu lado en tu caminar: confía en Él.
Hemos de confiar en el Señor como aquella pobre viuda, “que ha echado más que nadie, puesto que ella ha dado todo lo que tenía para vivir”. Recordemos que, “la mirada de Dios no es como la mirada del hombre, que ve las apariencias. El Señor mira el corazón del hombre” (cfr. I S 16, 7). A Dios no le interesa el “qué” ni el “cuánto”, sino la intención que hay en el corazón de la persona.
Esta viuda, a pesar de su gran generosidad, nos deja entrever en dónde tiene puesta su confianza. Ella es capaz de entregarlo todo con la certeza de que “poderosos es el Señor para colmarnos de toda gracia a fin de que, teniendo lo necesario, se tenga aun más para toda obra buena” (cfr. II Co 9, 8).
Un insignificante detalle puede revelar mucho de la persona humana. Es la disposición interior la que le da un valor profundo a cada gesto que realizamos. No nos rehusemos a poner nuestra vida en las manos del Señor. Que, al experimentar su amor y misericordia, podamos decir con plena confianza: “Yo sé muy bien en quién he puesto mi confianza” (II Tm 1, 12).
Pbro. José Gerardo Moya Soto

Dios sea Bendito, en Él está puesta mi confianza!! Bendecido día Padre Gerardo!! Gracias!!
ResponderEliminarQue hermoso texto me llego al corazón, muchas gracias por compartir con nosotros tu sabiduría Padre Gera!!
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