Viernes XVII semana Tiempo Ordinario
Lv 23, 1. 4-11. 15-16. 27. 34-37
Sal 80
Mt, 13, 54-58
Después del discurso parabólico del Señor, Mateo nos quiere presentar a Jesús en la sinagoga de Nazaret, en donde es rechazado por sus paisanos. Éstos, debido a la admiración que sienten, pasan a preguntarse por la predicación del “hijo del carpintero”, por María, su madre, por sus hermanos y hermanas. Incluso, la comunidad se escandaliza de Él.
Este Evangelio nos invita a reflexionar sobre la necesidad que debemos tener para captar la presencia de Dios en nuestra vida cotidiana. Es muy probable que, los paisanos de Jesús, estuvieran acostumbrados a encontrar a Dios en las grandes solemnidades que nos ha narrado el libro del Levítico en la primera lectura. En ellas, entre el incienso usado en las celebraciones y la sangre de los sacrificios ofrecidos en su honor, se captaba la presencia de Dios que había liberado a sus antepasados de la esclavitud de Egipto.
Por otra parte, estas personas estaban acostumbrados, desde hace algunos años, a tratar a Jesús y su familia. Ellos saben que es el hijo del carpintero, lo han visto crecer como uno de tantos de la comunidad. Conocían quien era su madre y sus hermanos. Y ahora contemplan a un Jesús que predica ante ellos, que pronuncia un discurso que los ha dejado desconcertados.
Esta comunidad no conseguía conectar la vida cotidiana de un Jesús ordinario, con la manifestación gloriosa de Dios. Ellos no lograban ir más allá de lo habitual para poder entender lo que no era habitual en Él. prefirieron estar escandalizados por su manera de predicar y obrar, que llegar a creer en Jesús. Por ello, han perdido la ocasión de encontrarse con la salvación de Dios, con aquel encuentro que podía haber cambiado definitivamente su vida.
Eso mismo supone un riesgo constante para nosotros: esperar encontrar a un Dios única y exclusivamente en circunstancias extraordinarias, en aquello que nos puede parecer que está más acuerdo con el modo divino de ser de Dios e ir perdiendo del plano su presencia divina en la vida cotidiana.
Por esa razón, Dios ha querido manifestarse por medio de Jesucristo, nos ha hecho experimentar su presencia por medio de su Hijo amado. Es tan ordinaria y sencilla la manera en la que Dios obra, que ha querido manifestarse en lo más pequeño. Dios no es un Dios lejano, sino que se hace próximo a todos sus hijos.
El desafío que brota de todo esto es el poder descubrirlo y acogerlo con gozo en lo sencillo, en lo humilde. Lo que muchas veces en apariencia es obvio y se da por depreciado, lo que pertenece a lo ordinario de la vida diaria, lo que muchas veces no roba nuestra atención, es la manera en la que Dios se manifiesta a los suyos.
Por ese motivo hemos de estar en constante vigilancia, la cual, es solicitada tantas veces por Jesús en su Evangelio: “Manténganse vigilantes para que nadie quede privado de la gracia de Dios” (Hb 12, 15). Por eso, es preciso que mantengamos abiertos los ojos para no dejar escapar la presencia de Dios en nuestra vida.
Que podamos reconocer a Dios no únicamente en los sacramentos, en lo extraordinario, sino que también lo podamos reconocer en nuestro diario caminar, por medio de todos aquellos que nos rodean y caminan a nuestro lado. Abre los ojos: Dios está más cerca de lo que crees.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Así es cuando miramos a Dios se quita la urgencia de lo extravagante y se aterriza en lo más sencillo que a muchos aún les ofrecerá simple.
ResponderEliminarBendiciones padre un abrazo a ka distancia