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"Busquemos el amor de Dios"

 Miércoles XVII semana Tiempo Ordinario


Ex 34, 29-35

Sal 98

Mt, 13, 44-46



    Qué sorprendente nos debe parecer el relato de la primera lectura que el día de hoy hemos meditado: un episodio en donde se manifiesta el rostro de Moisés resplandeciente una vez que ha hablado con el Señor.


    ¿Cómo habrá sido? ¿Por qué su rostro estaba tan resplandeciente? La respuesta es fácil: porque estuvo en comunicación con Dios. Y este suceso nos casca perfectamente a todos aquellos que decimos ser seguidores de Jesús.


    Tras habernos encontrado con Jesús, al haber escuchado su voz, al entablar un diálogo con Él por medio de la oración, al recibirlo por medio de la Eucaristía, transforma no solo nuestro rostro, sino todo nuestro corazón, todo nuestro ser.


    Sin duda alguna no somos los mismos antes y después de conocer a Jesús. Nuestra vida ha cambiado. De no haberse cruzado por nuestro camino, viviríamos de otra manera, seríamos otros. Él ha transformado e iluminado nuestro rostro, nuestro corazón, toda nuestra vida. Es por eso necesario mantenernos con Él, así como el sarmiento se mantiene en la vid y pueda dar frutos (Jn 15, 8)


    El encontrarnos con el Señor nos hace desearlo y tener en Él nuestro corazón. Por ese motivo, las parábolas que hoy hemos meditado, nos muestran la urgencia de quedarnos con esa perla preciosa aquel tesoro, de dejarlo todo por conseguir la presencia y compañía del Señor en nuestras vidas.


    Aquel tesoro que nos muestra la primera parábola no es un gran botín con innumerables monedas de oro. Más bien, el tesoro de una persona es aquello que lo hace vivir, que lo alegra, que llena su corazón día y noche, que lo mantiene emocionado, en donde puede encontrar un impulso para seguir adelante a cada momento, lo que le da un sentido a toda su existencia.


    Aquellos que hemos tenido la experiencia del Señor, que hemos experimentado que el Dios nos ama, nos percatamos que la vida de su amor, la vida en el Reino, es la única que vale la pena vivir. Es tanta la felicidad, la paz y el gozo que se experimenta, que ya no nos importa todos los sufrimientos y humillaciones que podamos vivir, pues sabemos lo que nos espera después de esto: “Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5, 10).


    Si hoy en día el mundo continúa fascinado con los placeres, la moda y las otras vanidades, es porque aún no han descubierto esa perla preciosa. Es porque no se han dejado seducir por el amor de Dios y no han probado la vida que ofrece el Evangelio. Si tú aún no has experimentado esa alegría de encontrar “la perla preciosa o el tesoro enterrado”, pídele en tu oración a Dios que te ayude a descubrirlo. Te aseguro que tu vida cambiará totalmente.


    Se puede vender todo lo que uno tiene para comprar aquel campo que contiene ese valioso tesoro; se puede desprender de todo para poder adquirir aquella perla preciosa; uno se puede desprender de todo lo que tiene para poder conseguir en la vida la presencia del Señor, porque sin Él no se tiene nada y con Él se tiene todo, todo lo que se necesita para vivir con sentido, con felicidad, con esperanza, con amor.


    Y tú, ¿qué estas esperando para venderlo todo e ir en búsqueda de aquel tesoro, de aquella perla preciosa? ¿Qué más necesitas para poder dejarlo todo y experimentar el amor del Padre?



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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