Jueves XIII semana Tiempo Ordinario
Gn 22, 1-19
Sal 114
Mt, 9, 1-8
Hemos llegado al culmen del itinerario espiritual de Abraham. Recordemos que comenzó cuando el Señor le pidió un giro radical en su historia: “Vete de tu tierra y parentela, de la casa de tu padre; ve a la tierra que te mostraré” (cfr. Gn 12, 1). En ese momento, Dios le había pedido renunciar a su pasado. El día de hoy, hemos visto que le pide renunciar a su futuro, sacrificando a su único hijo.
En cada uno de estos momentos podemos observar un proceso de abandono de sí mismo, dejando crecer en él el deseo y la voluntad de Dios. Al anteponer el amor a Dios antes que el amor a sus pertenencias, inclusive a Isaac, queda abierta la puerta de la promesa que Dios le había hecho.
El centro de este relato no es el mandato de Dios que pide a Abraham ofrecer a su hijo en sacrificio, sino la orden divina: “No descargues la mano contra tu hijo, ni le hagas daño. Ya veo que temes a Dios, porque no le has negado a tu hijo único”. No encontramos ante un Dios de vida, que no quiere los sacrificios humanos. El auténtico Dios es aquel que tiene como preocupación fundamental la vida.
Estamos acostumbrados a leer este texto como una prueba que pone Dios a Abraham. Con esto, estaríamos cayendo en la mentalidad de un Dios que juega con nuestra fe y sentimientos, atribuyéndole a Él las pruebas que vamos encontrando en nuestra vida. Es cierto, habrá muchas adversidades en la vida. Sin embargo, no vienen de Dios, sino del maligno, que nos pide constantemente “sacrificar al hijo, al hermano, a la pareja”. Pero nunca estamos solos, Dios nos acompaña y evita que hagamos un mal mayor.
¿Y si mejor comenzamos a ver a Dios como alguien que prefiere la vida? ¿Y si contemplamos en Él alguien que nos sostiene en las pruebas? Creo cambiaría demasiado nuestra concepción del Señor. Dios no nos pone pruebas, pero está ahí para fortalecernos en ellas. Esta mentalidad también puede ser iluminada a la luz del Evangelio.
A Jesús le presentan un paralítico. Parecería que lo más difícil del problema es curar a aquel que lleva mucho tiempo enfermo. Sin embargo, el problema más difícil es enfrentarse a la mentalidad judía, los cuales están en desacuerdo en la manera de obrar del Señor: “Este hombre esta blasfemando”. Los judíos relacionaban la enfermedad con el pecado a causa de alguna culpa persona o heredada por los padres. Sin embargo, para todo aquellos que creemos en el Señor, el pecado más grande es la incapacidad de ver la acción liberadora de Dios en las situaciones más complejas del hombre, como lo son la enfermedad, la marginación, la desigualdad, etc.
El Maestro muestra el poder que tiene de sanar, pero sobre todo el de perdonar los pecados. Cuando Jesús sanaba y perdonaba llegaba a lo más profundo de la condición humana, la cual, generalmente, está anclada en el pecado. Cristo nos quiere sanar a todos, por ello, hemos de aprender a presenciar todo aquello que sigue haciendo por nosotros.
Son muchas las veces en las que hemos estado postrados en una camilla, tanto física como espiritualmente hablando. Pero el Dios de la vida nos dice: “ponte de pie”. Confiemos en Él y permitamos que en nosotros se siga realizando su designio salvador. El Señor está con nosotros y también nos dice: “ten confianza, hijo. Se te perdonan tus pecados… levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Glorioso padre amoroso perdón Señor perdón
ResponderEliminarBendecido día padre 🙏