Viernes XIII semana Tiempo Ordinario
Gn 23, 1-4. 19; 24, 1-8. 62-67
Sal 105
Mt, 9, 9-13
Sin duda alguna, es sorprendente y admirable la forma en cómo Dios va conduciendo la historia de su pueblo, aquella nación que ha elegido por herencia. Por ese motivo, el Salmo nos invita a alabar y bendecir la grandeza del Señor: “Demos gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia… Por el amor que tienes a tu pueblo, acuérdate de nosotros, y sálvanos”.
Aún cuando conocemos la grandeza del Señor, no solemos tener paciencia, ya que deseamos ver resultados a corto plazo. Nos cuesta trabajo esperar, no damos espacio a los procesos, queremos que las cosas se realicen lo más pronto posible.
Por ese motivo, es conveniente que contemplemos a Abraham. Todos aquellos que deseamos y trabajamos para que se cumplan los planes de Dios, hemos de vislumbrarnos en la figura de Abraham, ya que en él podemos encontrar un magnifico modelo de fe y confianza en Dios.
Dios, independientemente de cómo estén marchando los acontecimientos de nuestra vida, sigue su proyecto de salvación en nosotros. El éxito de la obra de Dios no se deberá a nuestras técnicas, sino a la de su bondad, la cual sigue actuando en medio de nosotros. Por ello, debemos purificar nuestras intenciones, no buscándonos a nosotros mismos, sino buscando siempre hacer la voluntad de Dios. Y esto lo podemos aprender de Abraham, al buscarle esposa a su hijo.
Abraham no vuelve atrás, a un pasado ya superado. Todo lo contrario: es una persona que camina hacia adelante, siendo fiel y siguiendo las indicaciones del Señor. Su hijo, Isaac, no puede volver al país pagano de donde provenía. Es el hijo de la promesa, por ende, tiene que mirar hacia adelante.
Cuando Jesús llama a Mateo, es consciente de que está llamando a un hombre de mala fama, que no ha sido querido, incluso es despreciado por la gente por haberse vendido al imperio romano. Dios sabe por todo lo que hemos pasado, lo que hemos vivido, sabe de dónde hemos salido y, sin embargo, nos llama, diciéndonos al igual que Mateo: “sígueme”.
Esta petición de Jesús es una llamada común, ya que Él desea encontrarse con aquellos que somos pecadores, aquellos que tenemos la necesidad de Dios, de amor, de consuelo. Somos nosotros los que tenemos la necesidad de sanar nuestro dolor, de ser curados por el medio de cuerpos y almas.
El Señor se fija en nosotros porque somos los que carecemos de amor y tenemos una necesidad profunda de transformar nuestro interior: necesitamos tocar fondo y poner fin a nuestra manera tan disoluta de vivir; nuestra vida requiere ser reorientada por el amor de Dios. Por eso el Señor se fija en nosotros, porque lo necesitamos.
En muchas ocasiones llegamos a pensar que nadie nos podrá cambiar, que nuestra personalidad ya está forjada. Sin embargo, en “Dios se hacen nuevas todas las cosas” (cfr. Ap 21, 5). El Señor sabe lo que necesitamos, conoce nuestro corazón y es capaz de sanarlo. Él quiere sacarnos de la vida de pecado, en la cual, muchas veces nos hemos acostumbrado a vivir. Él nos ofrece su perdón y amor por medio de la misericordia: “Misericordia quiero y no sacrificios”.
“Dios nos ha sacado del domino de las tinieblas y nos traslado al reino de su amado Hijo” (cfr. Col 1, 13). Hoy Jesús nos sigue rescatando de nuestro pasado, de la vida de pecado que muchas veces llevamos. Dejémonos conducir por su amor; acudamos a Aquel que es capaz de sanar toda dolencia, puesto que “somos nosotros los que necesitamos al medico”.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

Gracias Señor por tu amor!! bendecido día!! Un grande abrazo fuerte Padre Gerardo!!
ResponderEliminarGracias padre amoroso por que nos hablas a tus hijos de diferentes formas y te manifiestas a través de tantos hermanos con tu infinito amor.
ResponderEliminarBendiciones padre.