Martes XV semana Tiempo Ordinario
Ex 2, 1-15
Sal 68
Mt, 11, 20-24
El día de hoy hemos comenzado a reflexionar sobre la historia de Moisés. El relato que hemos meditado es cautivador y, a la vez, muy significativo. Frente a la voluntad del faraón, que quiere a toda costa reprimir y mantener esclavo al pueblo judío, la acción de tres mujeres sirve para que el proyecto de Dios siga adelante.
Sin duda alguna los caminos de Dios nos resultan muchas veces sorprendentes: un niño que es depositado dentro de una cesta, encontrado por una egipcia a la que le conmueve el corazón. Qué paradoja: la hija del faraón adopta a aquel que será el liberador del pueblo oprimido por su padre.
También nos resulta emblemático ver que la egipcia lo llama Moisés, que quiere decir: “de las aguas lo he sacado”. Este es un indicio de lo que se hará después: Dios, por medio de Moisés, liberará al pueblo de la esclavitud haciéndolo atravesar el mar Rojo. Ya desde el principio podemos contemplar la semejanza que existe entre Moisés y Jesucristo: ambos han logrado sobrevivir a una matanza en su niñez, ambos tienen la misión de liberar al pueblo: Moisés de la esclavitud y Jesús del pecado.
Todos aquellos que, de una manera u otra nos sentimos llamados a ser los liberadores de los demás, antes tenemos que ser liberados, sacados de las aguas, purificados de nuestros pecados. Todos necesitamos un éxodo en nuestra vida, aquello que nos haga liberarnos de la esclavitud del pecado y así poder estar dispuestos a ayudar a los demás.
Tal vez en algún momento nos hemos sentido como dice el Salmo: “Me estoy hundiendo en un lodo profundo y no puedo apoyar los pies; he llegado hasta el fondo de las aguas y me arrastra la corriente. Pero a ti elevo mi plegaria, Señor, ven en mi ayuda pronto”. Momentos de desánimos, cansancio u oscuridad no faltarán en nuestra vida. Pero esto no nos debe de desanimar, sino más bien nos debería de llevar a una madurez, a “encomendar nuestros proyectos a Dios para que Él los lleve a cabo” (cfr. Pro 16, 3).
Dios sabe lo que sufre su pueblo, por eso ha decidido liberar a su pueblo del sufrimiento, por eso pone a hombres que trabajen en su liberación: llamó a Moisés, pondrá profetas que adviertan a los israelitas, enviará a su propio Hijo para salvarnos.
Por el gran amor que nos tiene, Jesús nos ofrece su Buena Nueva, es decir, pone en bandeja de plata el mensaje de Dios que nos indica la manera en la que debemos vivir. El Señor no escatimó en recursos: siendo Dios fue capaz de hacerse esclavo nuestro, ponerse de rodillas frente a nosotros, lavarnos los pies, ofreciéndonos su perdón y amor desbordante.
El Maestro hizo todo para convencernos de que su camino era el mejor para nosotros. ¿Y qué fue lo que hacemos? Lo mismo que “Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm”: no creemos en sus milagros, en su acción sanadora y liberadora. Por ese motivo, Cristo nos quiere reprender y advertir de las consecuencias de alejarnos de sus caminos.
Aún cuando todos de una u otra manera somos pecadores, no debemos de alejarnos de Dios, cerrándonos completamente al proyecto. Al contrario, necesitamos ser rescatados del mal. Hoy Jesús también nos quiere salvar, sacarnos de las profundidades del pecado y colocarnos en medio del pueblo como personas que ayuden a otros a salir de su vida pecaminosa.
No nos resistamos más en creer en las maravilla de Dios, confiemos en Aquel que nos puede liberar de toda adversidad.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

Así sea, señor muchas gracias!! Bendiciones Padre Gerardo!!
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