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"Él nos ha elegido"

 XV Domingo del Tiempo Ordinario: Ciclo “B”


Am 7, 12-15

Sal 84

Ef 1, 3-14

Mc 6, 7-13



    Qué grato y hermoso es el himno que hemos escuchado en la segunda lectura en labios de San Pablo dirigiéndose a los efesios. ¡Qué alegría saber que Dios nos eligió, desde antes de la creación del mundo, a ser sus hijos, a ser santos y puros ante sus ojos! Todo esto por pura iniciativa suya. Y es que Dios es quién toma el primer paso siempre: el que nos busca, el que nos perdona, el que nos salva.


    Dios nos ha concedido la gracia de ser sus hijos, por medio de su Hijo Jesucristo. ¿Cómo saber si somos hijos de Dios? San Pablo nos da respuesta en su carta a los romanos: “son hijos de Dios aquellos que se dejan guiar por el Espíritu de Dios” (cfr. Rm 8, 14). También San Juan lo declara: “los que lo recibieron, que son los que creen en su Nombre, les concedió ser hijos de Dios” (cfr. Jn 1, 11-12). Ahora, ¿qué significa ser hijo de Dios? Significa que ,tenemos un Padre, que no somos huérfanos y que no estamos solos, porque Dios Padre cuida de nosotros y está con nosotros.


    Ya hemos dicho anteriormente que Dios es quien toma la iniciativa de salir a nuestro encuentro. En el Evangelio podemos constatar que esto es cierto, puesto que el mismo Jesús ha tomado la iniciativa de enviar a los doce apóstoles a misionar (recordemos que el término “apóstoles” significa “enviados, mandados”).


    Desde el principio, Cristo quiere involucrar a los Doce en su proyecto de salvación. Digamos que este primer paso, cuando aún esta en medio de ellos, es una especie de aprendizaje, en vista de la gran responsabilidad que les espera en un futuro.


    El hecho de que Jesucristo llame a algunos de sus discípulos a colaborar directamente en su misión, nos manifiesta un aspecto de su amor. Él no desprecia la ayuda que otros hombres le pueden brindar. Jesús, con su poder, pudo haber hecho sólo su misión, sin ayuda de nadie, pero prefirió hacernos participes del proyecto salvador de su Padre. Aún cuando conoce nuestras debilidades y fragilidades, no nos desprecia. Todo lo contrario, nos confiere la dignidad de ser sus apóstoles, sus enviados.


    En este envío, Jesús nos da indicaciones. Nos invita, en un primer momento, a ser desprendidos, puesto que un apóstol del Señor no puede estar apegado a las riquezas o a la comodidad. También el Maestro les advierte que no recibirán siempre una acogida favorable: algunas veces los rechazaran, otras los desprestigiaran, otras más los perseguirán.


    Tal vez no nos sintamos dichosos de predicar la Buena Nueva. Incluso podemos creernos incapaces de poder colaborar en el proyecto de Dios. Pero de nuevo Él toma la iniciativa, ya que el Señor nos hace capaces. Al igual que Amos, puede ser que nosotros “no seamos profeta, ni hijo de profeta”. Tal vez somos padres de familia, estudiantes, profesionales, simples trabajadores, etc., pero el Señor nos envía, y si esto “es obra de Dios, no habrá nada que lo detenga” (cfr. Hch 5, 39).


    Aunque no siempre reciban nuestras palabras, aunque no siempre se nos escuche, no dejemos de predicar con nuestras palabras y obras. Esta misión no es nuestra, es de Dios, y si es su voluntad, Él hará que dé frutos abundantes. No dejemos de cumplir con el llamado que Dios nos hace. Al contrario, confiémosle nuestra vida y que sea Él el que sostenga las obras de nuestras manos.


Pbro. José Gerardo Moya Soto

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