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"La Ley que produce frutos"

 Viernes XVI semana Tiempo Ordinario


Ex 20, 1-17

Sal 18

Mt, 13, 18-23



    La página del Éxodo que hoy hemos meditado contiene los diez mandamientos, es decir, el Decálogo de la Alianza entre Dios y su pueblo. Todo comienza con la frase: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto”. Aquellas normas de vida que el pueblo ha recibido no vienen de un Dios desconocido o lejano, sino que vienen del mismo que los ama como Padre, que los ha liberado de la opresión y que continuamente los acompaña durante su peregrinar.


    Los diez mandamientos resumen el estilo de vida que el pueblo de Dios está llamado a vivir. Como ya lo sabemos, unos se refieren a la relación con Dios (los tres primeros) y los otros (los siguientes siete) dan un lineamiento a seguir para entablar una buena relación con los demás.


    Actualmente podemos pensar que los mandamientos son cosa del pasado, que hoy en día no pueden embonar en la sociedad o Iglesia. Sin embargo, esas mismas palabras de Dios siguen teniendo validez en nuestro tiempo, puesto que son de mucha ayuda y si los seguimos podremos vivir según los caminos y designios del Padre.


    No olvidemos que Jesucristo no suprimió los mandamientos o los cambió, sino que vino a darles plenitud (cfr. Mt 5, 17). El Maestro, incluso, les otorgó una motivación más profunda basada en el amor. De hecho, al ver que el pueblo no podía cumplir con estás normas, ha querido resumir la Ley de Dios en dos mandamientos: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, y a tu prójimo como a ti mismo” (cfr. Mt 22, 37-40).


    Los mandamientos no le quieren quitar la libertad al hombre. Al contrario, son el camino seguro de una vida digna y libre, en armonía con Dios y el prójimo y, por ende, es la mejor manera de estar en plena armonía con nosotros mismos. Podríamos resumir que los mandamientos son el camino para una verdadera liberación.


    Si aceptáramos los mandamientos como son, Palabra de Dios, podríamos decir con toda humildad y sencillez: “Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna” (Jn 6, 68); “la Ley del Señor es perfecta y en ella el alma encuentra descanso. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón” (Sal 19, 7-8).


    De hecho, Dios quiere que en nuestro corazón su Palabra produzca fruto. Entonces sería muy oportuno preguntarnos: ¿la Palabra de Dios está dando frutos en mi vida? No vaya a ser que, por estar distraídos, todo lo que el Señor nos quiera enseñar sea arrebatado por el maligno; o que seamos muy frívolos, acogiendo su Palabra, pero dejando que la emoción o entusiasmo se terminen muy rápido; o que no dejemos que esa Palabra dé frutos porque las preocupaciones o riquezas del mundo dominan en nuestro corazón.


    Pero si hemos aprendido a ser dóciles a la voz de Dios, a presentar nuestro corazón como una tierra buena, disponible y atento, nuestra vida dará sus frutos, “unos del ciento por uno, otros del sesenta y otros del treinta” pero, en fin, frutos para el Señor.


    La Palabra que Dios nos dirige en nuestro tiempo sigue siendo eficaz, salvadora y en ella podemos encontrar vida en abundancia. Por desgracia, si no encuentra buen terreno en el corazón, no podrá producir sus frutos. Que el Señor nos conceda la gracia de aceptar su mensaje como lo que es, Palabra divina”, y que cumpliendo sus mandamientos podamos entablar verdaderas relaciones de amor y respeto para con Dios y el prójimo.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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