Sábado XVI semana Tiempo Ordinario
Ex 24, 3-8
Sal 49
Mt, 13, 24-30
El día de hoy se nos cuenta el rito de alianza de Dios con su pueblo: una alianza que se fue preparando en el monte Sinaí; una alianza en donde se entabla un compromiso por ambas partes: “Yo seré tu Dios y ustedes serán mi pueblo” (cfr. Ex 6, 7).
Dios ya ha entregado los mandamientos a Moisés y éste, a su vez, los ha entregado al pueblo de Israel, y el pueblo ha decidido cumplirlos de una manera unánime: “Haremos todo lo que el Señor nos dice”. También nosotros, al igual que el pueblo de Israel, deberíamos de imprimir esta frase en nuestra mente, vivir con amor todos estos designios que el Señor nos pide.
Bien dice un principio químico: “A toda acción, corresponde una reacción”. La aceptación de esta alianza del pueblo con Dios se ritualiza: Moisés pone las palabras del Señor por escrito; levanta un altar y doce piedras; manda ofrecer sacrificios de vacas como sacrificio de comunión; con la mitad de la sangre roció el altar; proclamo ante todo el pueblo las palabras del Señor; el pueblo aceptó; la alianza fue sellada con la sangre que Moisés derramó sobre el pueblo.
En nuestro tiempo también hemos ritualizado la alianza con el Señor por medio de la Eucaristía: aceptamos la invitación del Señor a Misa; preparamos el corazón al abrirnos al arrepentimiento; se nos proclama la Buena Nueva del Señor; ofrecemos el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo; nos acercamos a comulgar; no retiramos a la casa renovados y purificados, ya que el Señor ha hecho su alianza con nosotros.
Así como en el tiempo de Moisés Dios ha hecho una alianza con su pueblo, así mismo lo hace ahora con nosotros. Lo que se contempla en la antigua alianza nos recuerda la nueva alianza que Jesús ha hecho con toda la humanidad, donde ha quedado sellada con su cuerpo entregado y su sangre derramada.
A pesar de que Dios sigue mostrándonos su alianza, desgraciadamente el hombre no siempre la ha cumplido o le ha sido fiel. A pesar de que Dios ha sembrado buena semilla en el campo de nuestro corazón, le hemos permitido al maligno sembrar también la cizaña del pecado y la perdición.
Hoy en día el mal se sigue presentando en nuestra sociedad, en el corazón de cada uno de los hombres. A todos nos gustaría tener un corazón que única y exclusivamente estuviera lleno de bien, de amor, de bondad, etc. Por desgracia nos percatamos de que también se encuentra el mal, la cizaña del pecado.
Y es que la vida humana, la vida del creyente, no es más que un combate en donde constantemente se enfrentan la bondad con la maldad. Por desgracia, no siempre vence el bien sobre el mal. Muchas veces ni siquiera nos oponemos al maligno, lo dejamos obrar. Sería conveniente hacer una introspección y darnos cuenta cómo estamos luchando nuestro combate espiritual contra el maligno.
Dios sabe de sobra que en nuestro corazón existe el mal, pero Él tiene paciencia. No interviene inmediatamente cuando nos equivocamos, sino que nos deja un tiempo, nos permite que nos demos la oportunidad de reflexionar y buscar cambiar, así como aquella higuera que no daba frutos (cfr. Lc 13, 6-9).
Si Dios sabe ser paciente y espera el mejor momento para separar el trigo de la cizaña, también nosotros aprendamos a ser pacientes con nosotros mismo. Un largo camino comienza con el primer paso. Aprendamos que, paso a paso, podremos llegar a la conversión de nuestro corazón. Si Dios es paciente con nosotros, también debemos de ser pacientes con nosotros mismos.
Permitámosle al Señor que siga renovando en nosotros su alianza y que nos ayude a tener paciencia y perseverancia en nuestra vida para que algún día podamos apartar completamente la cizaña de nuestro corazón.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Que así sea señor estamos en tus manos !! bendecido día!! Gracias Padre Gerardo!!
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