Lunes XV semana Tiempo Ordinario
Ex 1, 8-14. 22
Sal 123
Mt, 10, 34- 11, 1
El día de hoy comenzamos la lectura del libro del Éxodo. Ya desde el primer capítulo se nos narra la opresión y esclavitud a la que han sido sometidos los Israelitas. Mientras José vivía, fueron muy bien tratados: se habían multiplicado; disfrutaban de la abundancia y riqueza que les proporcionaban aquellas tierras; nos les faltaba nada.
Surge un nuevo faraón y se da cuenta de que el pueblo de Israel esta creciendo demasiado. Brota la envidia y el temor en ese hombre. ¿Qué es lo que hace? Se alza contra aquella gente y comienza el sometimiento y la esclavitud. Se convierten en la mano barata que el faraón usa para su provecho.
La explotación y opresión es ahora la norma que se aplica a los israelitas. Sin embargo, el pueblo no pierde la fe, mantienen su fidelidad ante el Señor y soportan el trato humillante como una forma de expresar que su confianza esta puesta en la bondad de Dios.
¡Qué gran paradoja! El faraón “llegó a temer a los hijos de Israel”. Contempla en ellos que, a pesar de ser un pueblo tan pequeño, comienzan a proliferar de una manera muy rápida. ¿Cuál es la solución que el faraón toma para acabar con esto? Manda matar a los niños varones. Con esto, percibimos, por una parte, la crueldad de un hombre que posee poder, que lo único que busca es que se haga lo que él dice, que es capaz de sacrificar al inocente sin importarle nada. Pero por otro lado encontramos la réplica: aún cuando se está buscando erradicar a sus integrantes, ellos siguen creciendo, puesto que la mano de Dios está con ellos.
Por todos es conocido el desenlace de esta historia: la misericordia de Dios, pese a todas las infidelidades que el pueblo ha tenido, vencerá, y el pueblo de Israel será liberado por Moisés, orientándolo hacia la tierra prometida. Siempre habrá hombres que sometan a los pueblo o naciones, sin importar que vayan en contra de sus derechos. Sin embargo, Dios irá enviando jefes que vayan conduciendo a su pueblo, al grado de convertirse en una nación libre, en donde pueda reinar la paz, la libertad y el amor.
De hecho, ese es el deseo de Dios para todos los hombres. Por eso nos ha enviado a su Hijo muy amado, el “Príncipe de la paz”. Jesús buscó y deseó siempre la paz: “La paz les dejo, mi paz les doy” (cfr. Jn 14, 27). Si ese es el anhelo de Cristo, entonces ¿el día de hoy se contradice? Porque el Evangelio nos dice: “no piensen que he venido a traer la paz a la tierra; no he venido a traer la paz, sino la guerra”.
Para poder entender y vivir la verdadera paz, hemos de estar en la sintonía del Señor. Jesús trae una doctrina diferente a la que el mundo ofrece. Los valores de la Iglesia muchas veces no son admitidos en la sociedad. Constantemente se entra en conflicto, contradiciendo lo que ella dice, causando así desacuerdos que rompen la paz y causan división.
El verdadero creyente no puede ser inestable en su creencia: en algunas veces soy discípulo, en otras no soy. Debemos de defender los valores cristianos por encima de todo, aunque esto muchas veces nos traigan consecuencias como pueden ser la división, la guerra, la enemistad. Tenemos que aprender a ser sembradores de paz, abiertos al diálogo y llegar a acuerdos mutuos que hagan imperar la paz en el mundo.
Pidámosle al Señor, el “Príncipe de la Paz”, que nos ayude a ser fieles hasta las últimas consecuencias, respetando a los demás de la misma manera en la que el Señor respeta nuestra libertad.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Así sea, Dios nos ayude e ilumine con sus enseñanza cada día y nos de fuerza para mantenernos firmes.
ResponderEliminarSaludos padre Gerardo gracias por sus enseñanza de cada día a través del evangelio bendición 😉