Jueves XIV semana Tiempo Ordinario
Gn 44, 18-21. 23-29; 45, 1-5
Sal 104
Mt, 10, 7-15
A lo largo de la historia de la salvación se van presentando situaciones muy concretas que, en un primer momento, parecerían que terminan mal, aunque después, en un segundo momento, acaben bien. El ejemplo más claro lo tenemos en Cristo: tras su muerte en la cruz parecería que todo había terminado, pero tres días después resucitó, abriéndonos a todos las puertas del Reino de Dios.
La historia de José y sus hermanos empezó mal. Sin embargo, terminó bien. Todo comenzó con las envidias hacia José, al grado de ser vendido por sus hermanos a los egipcios, pero en el desenlace, la historia familiar termina bien, como nos lo ha relatado hoy el libro del Génesis.
Esta historia se puede seguir repitiendo en nuestros días. Tal vez, como seguidores del Señor, hemos pasado por momentos difíciles, duros, hasta cierto punto incomprendidos. Puede ser que toda nuestra vida terrena este acompañada de dolores o sufrimientos, haciéndonos creer que la vida no tiene sentido. Sin embargo, todos nosotros sabemos lo que nos espera después de esta vida, cuando el mismo Jesús nos invite al banquete de su amor. Ahí será total felicidad y gozo.
La historia de José, el soñador, nos debe de impulsar y motivar a permanecer abiertos a los proyectos de Dios. No sabemos cómo se habrá sentido tras la traición de sus hermanos. No se sabe qué pensamientos pasaron por su cabeza. Lo que si nos permite contemplar el autor sagrado es que, aún cuando tenía todo el derecho de hacer lo mismo, de odiar a sus hermanos o darles la espalda, nos muestra a un José que confió plenamente en Dios, al grado de no guardar resentimientos u odios a sus hermanos.
Dios nos ha llamado a la existencia, nos ha invitado a vivir desde el amor y el perdón, no desde el odio y resentimiento. Por eso nos envía a predicar el Reino de los cielos. El Señor no sólo se conforma con habernos creado, sino que desea entablar con nosotros relaciones más estrechas. Nos pide que nos dejemos conducir por Él, que no caigamos en el odio. En la medida en que lo dejemos actuar en nuestra vida, nos conducirá por caminos de alegría y de paz, suscitando a nuestro alrededor una comunidad de vida y de amor.
Todos aquellos que escuchen la predicación del Señor y acepten su Palabra, la paz reinará en su corazón, al grado de no guardar en él rencor contra el prójimo. En la medida en que nuestra relación se dé con el Señor, seremos capaces de saber perdonar, de disipar todas aquellas dudas que existen en nuestro interior, de afrontar y superar todos los temores que no me permitan entregarme fielmente a Él.
Es necesario que revisemos cómo es nuestro modo de actuar comparándolo con aquellas exigencias que Jesús nos hace: ¿cómo estamos en nuestro desinterés económico? ¿Somos generosos con nuestra propia entrega? ¿Confiamos más en la fuerza de Dios antes que nuestras propias fuerzas? Aquel que dice ser verdadero seguidor de Jesucristo, será capaz de permitirle ser el centro de su corazón y, por ende, abandonarse completamente a sus proyectos, inclusive cuando no los comprenda del todo.
Que el Señor nos conceda la gracia de saber seguir sus pasos, de abandonarnos completamente a su voluntad y, siendo enviados por su Espíritu, podamos manifestar al mundo la alegría, el amor y el perdón.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Gracias Padre Gerardo!! Bendecido día!!
ResponderEliminarAsí sea 🙏
ResponderEliminarBendición padre
Gracias padre por sus enseñanzas exelente casi fin de semana
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