XVI Domingo del Tiempo Ordinario: Ciclo “B”
Jr 23, 1-6
Sal 22
Ef 2, 13-18
Mc 6, 30-34
Sin duda alguna uno de los sentimientos que mejor reflejan la persona y la misión de Jesús es la compasión. Todos los Evangelios nos muestran e insisten en ella. De hecho, en muchos casos será el impulse que mueva la acción del Señor a todos los dolientes reflejados en los pobres, en una muchedumbre descorreadas.
El verbo empleado en todos los evangelios viene del griego “Splankhnízomai”, el cual se refiere muchas veces a los órganos internos, es decir: el hígado, los riñones, los intestinos, etc. En pocas palabras se refiere a las entrañas.
Las entrañas muchas veces manifiestan esa conmoción afectiva que se manifiesta alguna situación que nos ha tocado profundamente: un temor, una amenaza, alguna preocupación profunda. A su vez nos hace desarmarnos, abrirnos al otro, a su dolor, a sus alegrías, a sus aflicciones, padeciendo también nosotros con aquella persona.
La historia del Pueblo de Israel, ya desde el Antiguo Testamento, especialmente en los escritos de los profetas, nos muestran que la compasión era una característica propia de Dios, siendo Éste capaz de conmoverse profundamente por aquello que le sucede a su creatura.
De aquella compasión brota la misericordia de Dios, que está encarnada en los gestos y la figura de Jesús. La Encarnación es el modo como Dios se hace solidario para con todos los hombres, para otorgarnos la salvación, para irnos reencaminarnos en el éxodo hacia la vida y la libertad. En la Encarnación, el Señor asume toda nuestra humanidad, incluyendo los riesgos de esta: todos sus esfuerzos y fracasos, las penas y las alegrías, las esperanzas y los desalientos, el trabajo y el cansancio, etc.
Es ese cansancio el que aparece primeramente en el Evangelio. Los Apóstoles regresan del envío, compartiendo todo lo que han hecho y enseñado. Aquella misión está llena de gozo, de entusiasmo, pero no ha estado libre de tropiezos, de incomprensiones o falta de acogida, puesto que todo aquello ya había sido advertido por Jesús.
Ahora, a su regreso, Jesús comprende que los Apóstoles necesitan un tiempo para estar con Él, para descansar en su presencia, para poder recuperar las fuerzas desgastadas por la misión. El Maestro, que sabe y conoce de cansancios, los invita a retirarse para estar con Él, para recrearse en Él, para que en su cercanía gocen de su amor y así puedan reanudar el camino de su seguimiento.
Aquella muchedumbre está cansada, extraviada, dispersa, “como ovejas sin pastor”. Necesitan del Señor, está sedienta de su amor, hambrienta de su consuelo, y solo quedarán saciadas con las palabras de Jesús, puesto que es el “Buen Pastor que da la vida por sus ovejas” (cfr. Jn 10, 11).
La multitud para Jesús no es una masa anónima. Para el Señor aquella muchedumbre tiene rostro y nombre de cada una de las historias que han caminado junto con Él en el lago, en los milagros que han realizado, en la infinidad de momentos en donde les ha mostrado el amor y la misericordia de su Padre.
La compasión que brota de los más profundo del corazón de Dios no tiene horario, está para nosotros a la hora que sea. Los apóstoles tienen que aprender que tendrán su tiempo para recrearse, el momento para estar en la intimidad de la soledad con Jesús. Hoy tenemos que aprender a abrazar la vocación de pastor, que abraza con entrañas, de abrirse a la compasión de los demás. Tenemos que ser los anunciadores de la misericordia de Dios.
Que el Señor nos conceda tener siempre un corazón que sienta compasión y misericordia para con todos.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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