Jueves XV semana Tiempo Ordinario
Ex 3, 13-20
Sal 104
Mt, 11, 28-30
Qué conmovedoras palabras hemos escuchado decir a Jesús en el Evangelio: “Vengan a mí los que están cansados y agobiados y yo los aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraran descanso, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera”.
Cuando Jesús recorría los caminos de Galilea, llevando la Buena Nueva y curando a muchos enfermos, se compadecía de la muchedumbre, puesto que los veía extenuados, abandonados, así como ovejas que no tienen un pastor (cfr. Mt 9, 35-36). Lo mismo le sucedió a Dios al ver la opresión que sufría el pueblo de Israel: “Yo he venido a ustedes porque he visto cómo los maltratan en Egipto”.
Esa mirada del Señor parece extenderse hasta el día de hoy, hasta nuestro tiempo. También hoy Dios se posa sobre aquella gente que esta oprimida por la vida tan difícil que llevan, se fija en todas aquellas multitudes extenuadas, sobre aquellos pobres que sufren hambre, los enfermos que sufren a causa del deterioro de su salud, sobre aquellos jóvenes que le han perdido un sentido a la vida, sobre aquellos matrimonios que no encuentran la paz en su unión marital, etc. La mirada de Jesús se posa sobre esa gente, más aún, sobre cada uno de los hijos del Padre, haciéndonos la invitación: “Vengan a mí todos…”.
Cristo nos promete dar a todos “descanso”, pero nos pone una condición: “Tomen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón”. ¿Y en qué consiste ese yugo, que, en lugar de pesar, aligera, y en lugar de aplastar, alivia? El yugo de Cristo es la ley del amor, de su mandato dado a los discípulos.
El verdadero remedio contra las heridas de la humanidad (sean materiales: como el hambre o las injusticias; sean psicológicas: como la depresión, ansiedad, etc.; sean morales: por el pecado, por alejarnos del Señor) es una regla de vida basada en el amor fraterno, que brota de la fuente del amor de Dios por la humanidad.
En nuestra vida es necesario ir abandonando el camino de la arrogancia, de la violencia, de la indiferencia. Ayer lo contemplábamos en el Evangelio, al ver que Dios había revelado todas estas cosas a la gente sencilla y humilde. Para poder tomar el yugo del Señor es necesario abrirnos a su designio, y que mejor que hacerlo que con un corazón pequeño, humilde.
“Aprendan de mí”. Con esto no nos referimos a hacer las grandes cosas que Jesús hacía: perdonar los pecados, sanar enfermos, curar inválidos, etc. Sino más bien tenemos que aprender de Él a ser mansos y humildes de corazón. ¿Quieres ser grande? Comienza entonces por ser pequeño. ¿Tratas de hacer de tu vida una bendición? Piensa en construir sobre los cimientos de la humildad.
Que Dios Padre nos conceda aprender de Jesús la verdadera humildad, a tomar con decisión su yugo que es suave y ligero, para experimentar la paz interior y ser, de sea manera, capaces de consolar a otros hermanos que recorren con fatiga el camino de la vida.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Que Dios nos ayude y nos siga a seguir lo mejor que puedamos todos sus ejemplos
ResponderEliminarGracias padre Gera exelente día