Viernes XX semana Tiempo Ordinario
Rt 1, 1. 3-8. 14-16. 22
Sal 145
Mt, 22, 34-40
Sin duda alguna ha sido una excelente pregunta la que el fariseo a formulado a Jesús: “¿Cuál es el mandamiento más grande de la ley?”. Digo, porque en aquel tiempo los judíos contaban con mas de seiscientos mandamientos, los suficientes para desorientar y confundir a la hora de centrarse en lo esencial.
La respuesta de Jesús es puntual y clara: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (citando el libro del Deuteronomio); y “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (tomado del Levítico). Lo que hace Jesús es unir estos dos mandamientos y relacionarlos entre sí: “En estos dos mandamientos se fundan toda la ley y los profetas”.
Lo principal para un cristiano sigue siendo el amor. Es importante trabajar, rezar, ser constantes y fieles a nuestro ser de bautizados, etc. Pero el amor es lo que le da sentido a todas estas practicas que realizamos. Por ese motivo Jesús nos recuerda que hemos de volver a lo esencial: amar.
El amor a Dios y al prójimo son el compendio de toda la Ley y de esos dos preceptos cobran valor y significado el resto de los mandamientos.
San Agustín nos lo recuerda: “Se te ha mandado amar con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente. El corazón es el centro de la vida animal y palpita. El alma es el primer principio de la vida y mueve todos los miembros. La mente es la facultad que pensando mide, por así decirlo, la esencia y la propiedad de las cosas. Todo esto se te ha dado para que puedas correr hacia Dios y estar con Él”.
Jesucristo nos exige un amor total; no se contenta con particularidades, sino que exige la totalidad de la entrega tanto a Dios como al prójimo; quiere que lo amemos no de cualquier manera, sino “con todo el corazón, con toda el alma y con todo nuestro ser”.
San Juan Crisóstomo también nos ilumina en este campo: “Quien ama al prójimo es como si amara a Dios, porque el hombre es imagen de Dios y en él es amado Dios, como el rey es honrado en su imagen; por esto se dice que este mandamiento es semejante al primero. Amando al prójimo por amor a Dios y a Dios en el prójimo, nada quita de afecto a Dios, antes bien tanto es más fuerte en ti el amor de Dios, cuanto más tierno es el afecto con que abraces y estreches al prójimo en Dios”.
No puede ser más sencillo el camino que hemos de seguir para alcanzar la perfección. No hay más que un mandamiento: amar y siempre amar; amar y amar a todos; amar a todos y amarlos por amor a Dios; de la perfección con que se cumpla este mandamiento dependerá la perfección de nuestra vida de creyentes.
Lo más importante en la vida del hombre es el amor. Es el amor lo que le da valor y consistencia a la vida del hombre y a la ley, no viceversa. Una ley que se impone no puede ser vivida desde el amor. En cambio, si nuestro amor es grande podemos cumplir con lo que el Señor nos pide: amarlos con todo el ser y al prójimo como a nosotros mismo.
Que el Señor nos conceda la gracia de amarlo a Él con todo nuestro ser y al prójimo como a nosotros mismos; que el amor impere en nuestra vida y así podamos obtener vida en abundancia.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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