Miércoles XXI semana Tiempo Ordinario
I Tes 2, 9-13
Sal 138
Mt, 23, 27-32
Es de llamar la atención que San Pablo nunca buscó honores, favores, aplausos o reconocimiento en su arduo trabajo evangelizador. Tampoco utilizó los engaños o privilegios que tenía para lograr su cometido. Lo único que quería el Apóstol no fue más que sus oyentes aceptasen a Jesús como la mejor noticia que podían recibir.
Por esa razón, para animar a los cristianos de Tesalónica a perseverar y permanecer en el Evangelio de Cristo, les recuerda, en una primera instancia, cómo ha sido la manera en la que ha evangelizado al pueblo, es decir, la conducta que ha desempeñado en medio de ellos a la hora de predicarles la Buena Nueva, lo cual lo llevó a trabajar para “no serle gravoso a nadie” y “lo leal, recto e irreprochable que fue para no ser una carga para nadie”, tratándolos “como lo hace un padre con sus hijos”.
También agradece a Dios, “porque al recibir la palabra que se les ha predicado, la aceptaron, no como palabrería humana, sino como lo que realmente es: palabra de Dios”, la cual sigue actuando en medio de toda la Iglesia. También nosotros hemos de escuchar la Palabra de Dios y hacerle caso, ya que el Señor siempre busca nuestro bien.
Por ese motivo, nuestra actuación, en favor a la comunidad, debe de ser como la de San Pablo, es decir, irreprochable, desinteresada, sin buscarnos a nosotros mismos o sacando ventaja de nuestra condición de cristianos. Es por lo que el Salmo nos recuerda que estamos ante la mirada permanente de Dios: “Señor, tú me sondeas y me conoces… ¿a dónde iré lejos de tu aliento, a dónde escaparé de tu mirada”.
En la actualidad, existe el riesgo latente de caer en la tentación de sacarle provecho a nuestra condición de cristiano, de ser oportunistas ante las situaciones que se nos presentan en la vida, como los fariseos en tiempos de Jesús, que aparentaban ser buenos por fuera, pero por dentro estaban carcomidos por la maldad.
Al ver la vida que llevaban los “escribas y fariseos” es como podremos entender las duras palabras que el Señor les dirige. Ellos se oponen a la verdad: “dicen una cosa y hacen otra”. Se paran el cuello diciendo que son buenos y, sin embargo, no lo son: “Por fuera parecen justos, pero por dentro están repletos de hipocresía”. Y no satisfechos con eso, a la falta de verdad añaden la falta de amor.
Muy pocas veces, durante su peregrinar en este mundo, los Evangelios nos muestran a un Jesús enfadado. Pero ¿cómo no estarlo? Si los mismos “escribas y fariseos” van en contra de la verdad y el amor, lo cual es lo mismo de ir en contra de Dios y de los hombres, puesto que estos dos fundamentos son indispensables para poder llevar una vida de dignidad y sentido pleno.
Nuestra vida exterior deberá de ser siempre un reflejo de nuestra vida interior. Bien lo dice el Evangelio: “la boca habla de lo que está lleno el corazón” (Lc 6, 45). Bien lo decía un sacerdote que conozco: “Quien es cristiano no lo puede esconder y quien no lo es, no lo puede fingir: ¡Se le nota a leguas!”.
Las lecturas de este día nos vuelven a interpelar y confrontar: ¿cómo es mi vida interior? ¿Tengo una relación profunda y personal con Dios? ¿Busco ser ejemplo del reflejo del amor del Padre en medio de mi comunidad y por medio de mi servicio pastoral? No permitamos que nuestro corazón se vuelva hipócrita, no nos acostumbremos a la falsedad. Mas bien, con la gracia de Dios y con su Palabra divina, animémonos a recibirla en el corazón y que ésta vaya transformando toda nuestra vida.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Así sea tenemos mucho que aprender cada día para poder cumplir con lo que a Dios le agrada 🙏
ResponderEliminarBendiciones padre un abrazo.