Lunes XIX semana Tiempo Ordinario
Dt 10, 12-22
Sal 147
Mt, 17, 22-27
La lógica de Moisés, que nos ha presentado la primera lectura, nos sigue sirviendo en nuestro días, ya que nosotros hemos experimentado el amor de Dios todavía más latente que el pueblo de Israel. ¿Cómo es esto? En Jesucristo, el Hijo amado del Padre.
Jesús nos ha elegido para que seamos hijos de su Padre. Nos ha otorgado la libertad de espíritu y así poder participar en su proyecto salvífico. Nosotros, al igual que el Salmo, podemos decir, “glorifica al Señor, alaba a tu Dios que ha puesto paz en tus fronteras… Él envía su mensaje a toda la tierra… con ninguna nación obró así”.
Por eso hemos de amar a Dios, servirlo, seguir fielmente sus caminos. De hecho, sin temor a equivocarme, me atrevo a decir que ahí está la verdadera felicidad y la clave para vivir como una verdadera comunidad.
A Dios no únicamente se le pueden buscar por los caminos de la oración y el culto, sino que también lo podemos encontrar por medio de la justicia y la caridad.
La exhortación que nos hace San Pablo en su carta a los Romanos, “circuncidar el corazón” (cfr. Rm 2, 29) es una invitación a que sepamos quitar todo aquello que no nos permite entregarnos fiel y completamente al Señor. Cuando un médico nos dice que es necesaria una operación en nuestro cuerpo, que debe de extirpar alguna anomalía dentro del mismo, sabemos que es para un bien mayor, y no dudamos en obedecerlo. ¿Podríamos decir lo mismo de la salud espiritual?
Seguir los caminos del Señor, cumplir con sus mandamientos, perseverar en la fe, no son exactamente consignas que se escuchen actualmente en nuestra sociedad. Sin embargo, sabemos que hacer todo eso nos hará acercarnos cada vez más al Señor. Es lo que nos ha enseñado Jesús: “mi alimento es cumplir la voluntad de mi Padre” (Jn 4, 34). Incluso en aquello que no es obligatorio, Jesús nos muestra que importante hacer lo que nos toca: “¿A quién les cobran impuestos los reyes de la tierra: a los hijos o a los extraños?... pero para no dar motivo de escándalo, ve al lago y echa el anzuelo, saca el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda. Tómala y paga por mí y por ti”.
Aquellos que hemos orientado nuestra vida en esa dirección, en seguir a Dios a cada momento de nuestra vida, haremos bien en refrescar y traer a la mente nuestras motivaciones y seguir animándonos a seguir nuestro camino. Como el mismo Jesús, ya que hoy aparece el segundo anuncio de su pasión: “El hijo el hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo van a matar, pero al tercer día va a resucitar”.
El Maestro nos sigue recordando que la misión que el Padre nos ha encomendado, debemos de llevarla plenamente a su cumplimiento. Ciertamente no siempre es sencilla, pero Él está con nosotros, nos acompaña y nos da las fuerzas necesarias para esa misión.
Aprendamos, pues, a amar a Dios, a ponerlo como el centro de nuestro corazón y cumplamos fielmente todos sus mandamientos.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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