Santa Rosa de Lima, Virgen
Fiesta
II Co 10, 17- 11, 2
Sal 148
Mt 13, 44-46
Los santos son personas que han vivido el ideal del Evangelio en tiempos y circunstancias concretas. Las razones que han movido a la Iglesia para venerarlos son para impulsarnos a nosotros y motivarnos a vivir, desde lo ordinario, el llamado a la santidad.
La liturgia nos permite celebrar el día de hoy a la primera santa del continente americano: Santa Rosa de Lima. Desde muy pequeña se consagró al Señor, entregándose libre y conscientemente a su amor. Ya con este guiño, la liturgia nos deja entre ver lo grande que fue esta mujer: “El Señor es el lote de mi heredad. Bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha” (Sal 15).
Ahora bien, debemos de recordar que el camino de la santidad se da por el camino de la cruz: “El que quiera seguirme que tome su cruz y me siga” (Mt 16, 24). Muchos tendemos a pensar que obtendremos la santidad únicamente por medio de los rezos, las buenas obras o la ayuda fraterna. Ciertamente pueden ayudarnos a alcanzar la santidad, pero no es el único medio para ello. Nosotros tenemos que mirar a Cristo, y que mejor que hacerlo desde la cruz. Santa Rosa lo comprendió perfectamente. Ella ofrecía sus mortificaciones y sufrimientos debido a la gravosa enfermedad que adquirió. Santa Rosa entregaba sus dolores a imagen de Cristo, que sufrió en la cruz.
El libro del Eclesiástico nos dice: “Cuanto más grandes seas, más debes humillarte y ante Dios hallarás gracia. Pues grande es el poderío del Señor y por los humildes es glorificado. Más es lo que alcanza la inteligencia humana se te ha mostrado ya. Que a muchos descaminó su presunción; una falsa ilusión extravió sus pensamientos” (cfr. Eco 3, 16-24).
Y como el Señor a “los humilde los enaltece” (cfr. Lc 1, 52), Santa Rosa fue agraciada con una vida extraordinaria y obtuvo de Dios grandes favores. Le concedió la gracia de tener encuentros con el “Amado” por medio de la oración, siendo este ejercicio una experiencia de amor, alimentando el alma y el espíritu. En la oración, Dios manifestaba su amor a Santa Rosa, como lo hace también con nosotros.
Aunque Santa rosa vivió mucho tiempo encerrada en su hogar, su testimonio de vida fue admirado y ensalzado por toda la región de Lima. Tras su muerte, acudieron masas para venerarla y alabar a Dios por todo lo que hizo en ella.
El Evangelio nos muestra, por medio de parábolas, lo grandioso y maravilloso que es el Reino de los Cielos. Quien descubre ese “tesoro” o esa “perla preciosa” dejará todo para obtener ese objeto tan preciado. Aquel que verdaderamente sabe lo que es importante ante los ojos de Dios, “considera todo lo de este mundo como basura, con tal de ganar el Reino de los Cielos” (cfr. Flp 3, 8).
Quien tiene la experiencia de Dios, quien ha experimentado su gran amor, se da cuenta que la vida en Él es la única que merece ser vivida, es la única que vale la pena, puesto que esta nos otorga la verdadera felicidad, la paz, el gozo, la alegría. La vida vivida desde la fe, es tan perfecta, que nada se le puede comparar.
Pidamos a Santa Rosa su poderosa intercesión: qué nos conceda la gracia de renunciar a las cosas de este mundo para tener la convicción de alcanzar aquellas que lo valen todo.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Asi sea 🙏
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