Martes XX semana Tiempo Ordinario
Jc 6, 11-24
Sal 84
Mt, 19, 23-30
En estas últimas semanas la primera lectura nos ha querido ir mostrando la manera en la que Dios obra en su pueblo. Ya por todos nosotros es bien conocida esta historia, en donde el Señor, constantemente, le está reiterando su alianza.
Parecería que muchas veces, en las que el pueblo ha traicionado a ese pacto, Dios quisiera romper su alianza, exterminando a los israelitas. Sin embargo, al observar su arrepentimiento, el Señor les ofrece su perdón. Él siempre buscará la manera en salvar a su pueblo, en rescatar de las garras del maligno a tus hijos muy amados. Por ende, suscita personas, Jueces, que vayan encaminando al pueblo y puedan así restaurar la alianza pactada con el Señor.
Hoy contemplamos la elección que Dios ha hecho en Gedeón. Como en muchas otras ocasiones, contemplamos que el “elegido” no se siente capacitado para desempeñar la tarea que el Señor nos ha encomendado: “Perdón, Señor mío; pero, ¿cómo voy a salvar yo a Israel? Mi familia es la más pobre de la tribu de Manasés y yo, el más pequeño de la casa de mi padre”. Y cosa semejante encontramos en el llamado hecho a Moisés, Isaías, Jeremías, entre otros.
Sin embargo, a pesar de que ellos tuvieron tantas dudas en su corazón, que pensaban que sus capacidades no daban para más, recibieron la misma respuesta por parte del Señor: “Yo estaré contigo”. Es cierto, nuestras virtudes son necesarias en nuestra misión. Sin embargo, no son la fuente de nuestra grandeza. No somos nosotros los que hacemos la obra, sino que Dios la realiza por medio de sus elegidos, es decir, por medio de nosotros.
No hagamos lo mismo que el “joven rico” del Evangelio de ayer, que prefirió dejar plantado a Jesús, que ha preferido poner su confianza en las cosas materiales, como lo es el dinero. Dios no entiende esto en nosotros. ¿Cómo puede ser posible que confiemos más en las cosas del mundo antes de abandonarnos completamente al Señor?
Ciertamente que cumplir lo que el Señor nos ha confiado no es tarea fácil, ya que constantemente hay muchas tentaciones que hacen que nuestro corazón se distraiga y no se termine por abandonar completamente a Dios. Por ese motivo Jesús les pone un ejemplo: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los cielos”. Y de esto podemos hacer infinidad de analogías: “Es más fácil que un hombre se salve si confía en el Señor, antes que sus propias fuerzas”; “es mucho más sencillo cumplir con la misión que Dios nos ha encomendado, que darle la vuelta, diciendo que soy incapaz de ello”; etc.
Decimos ser hombres de fe, personas que confían en el Señor. Sin embargo, seguimos cayendo en nuestros egoísmos, en nuestra cerrazón, y no le disponemos al Señor nuestro corazón. Y Dios sabe de esto, ya que Él nos conoce: sabe de nuestros miedos, de nuestras inseguridades, de nuestra pequeñez, de nuestras dudas, etc. Por eso el Maestro nos alienta con estas palabras: “Para los hombres eso es imposible, mas para Dios todo es posible”.
El Señor sabe lo complicado que resulta para el hombre llevar a cabo su misión. Aún con todo eso, Dios no lo deja solo. No nos abandona. Todo lo contrario. Él va con nosotros, nos anima y alienta a seguir, a confiar en su Palabra y en su amor.
Ahora nos toca a nosotros elegir: confiar en que el Señor para realizar la misión que nos ha encomendado o darnos la vuelta y dejar a Jesús, como aquel joven rico. ¿Qué eliges?
Pbro. José Gerardo Moya Soto

Señor enséñame a seguirte la misión que me tienes no me dejes sola pprq sola no puedo
ResponderEliminarGracias padre Gera cuidece