Sábado XXI semana Tiempo Ordinario
I Tes 4, 9-11
Sal 97
Mt, 25, 14-30
Seguimos recordando todas aquellas indicaciones que San Pablo hace a la comunidad de Tesalónica. En la primera parte de la carta, el Apóstol les ha recordado cómo fue su llegada y cómo éstos han recibido el Evangelio de Cristo y todas las indicaciones que les ha dado para vivir fielmente su cristianismo.
Ahora, en la segunda parte de la carta, les quiere dirigir una serie de exhortaciones, para que sigan siendo fieles seguidores del Señor. El día de hoy les hablará sobre el amor fraterno. La gran sorpresa que se nos revela es la manera en como San Pablo se los comenta, ya que no lo hará cómo en otras ocasiones, invitando a amarse como hermanos, sino que les recuerda que “es el mismo Dios el que los ha enseñado a amarse los unos a otros”.
En la cuestión del amor no somos autodidactas, no lo hemos aprendido o nos lo enseñamos a nosotros mismos, sino más bien es el mismo Dios que nos ha enseñado la manera en la que nos debemos de amar. Para esto fue ayudado por su amado Hijo, Jesucristo.
¿Qué más podemos pedir para aprender a amar? Tenemos como maestros en el amor al mismo Padre, que desde siempre nos ha amado: “con amor eterno te he amado” (cfr. Jr 31, 3); y al mismo Hijo: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). Ya no tenemos pretextos para no saber amar de la manera más sublime que puede existir.
Ahora bien, es cierto que cada uno de nosotros es diferente, que Dios nos ha puesto en nuestra persona muchas cualidades y virtudes. El Evangelio de hoy nos lo demuestra: cada uno de los servidores reciben una cantidad diferente de talentos. Cada uno recibió “según su capacidad”.
La enseñanza es muy clara: cada uno de nosotros tiene que trabajar con los talentos que Dios nos ha regalado. Quien así lo realice, recibirá su recompensa: “Te felicito, siervo bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor, te confiaré cosas de mucho valor. Entra a tomar parte de la alegría de tu Señor”.
Muchos de los creyentes se acobardan, o prefieren vivir una vida desde la indiferencia, escondiendo o guardando los dones y talentos que el Señor les ha regalado. Creen que no son capaces de multiplicar lo que el Señor les ha confiado. Tal vez por temor a perder lo que tienen, o tal vez porque son egoístas y no quieren compartir con los demás. Pero ya lo hemos visto en repetidas ocasiones la manera en la que Dios obra con lo que parece poco ante el mundo: recordemos el pasaje cuando Elías es enviado por Dios a Sarepta y se queda con la mujer viuda. Ella se disponía a hacer unos panecillos y prepararse para morir. El Profeta le pide que haga un pan pequeño para él y le lleve poca agua. Así lo hace la mujer y Elías le hace la promesa: “Por que así lo dice Yahvé, Dios de Israel: No se acabará la harina en la tinaja, ni se agotará el aceite en la orza” (cfr. I R 17, 10-13); o aquellos cinco panes y dos peces, que presenta un jovencito para alimentar a más de cinco mil hombres (cfr. Jn 6, 9-13). Sabiendo poner todo lo que tenemos en las manos de Dios, nos damos cuenta de que no nos quedaremos sin nada, al contrario, aquello se multiplicará.
La reflexión del Evangelio la podemos complementar con la primera lectura, preguntándonos en qué línea vamos a trabajar nuestros talentos. El Padre y el Hijo, nuestros profesores en el amor, nos indican claramente cómo hemos de administrar nuestros talentos: en el amor. No tengas miedo de hacerlo todo desde el amor, ya que el amor no se agotará, sino todo lo contrario: el amor generará más amor.
Que el Señor nos conceda la gracia de saber poner a trabajar nuestros talentos al servicio de los demás, con el mismo amor con el que el Padre nos ha amado y con el que Jesús se entregó por nosotros en la cruz.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Así sea yo foto gracias a Dios por q me ha dado ña oportunidad de vivir sirviendo y el ocuparse de las cosas que en la tierra me corresponden.
ResponderEliminarBendiciones padre 🙏