Miércoles XVIII semana Tiempo Ordinario
Nm 13, 1-2. 25- 14, 1. 26-29. 34-35
Sal 105
Mt, 15, 21-28
Los dos textos de la Sagrada Escritura que nos presente el día de hoy la liturgia de la Palabra nos ofrecen la posibilidad de meditar en algunos aspectos de nuestro Dios: en su fidelidad y en nuestra confianza para con Él.
Nunca olvidemos que Dios es fiel a sus promesas y constantemente nos anticipa en nuestra vida los goces de los bienes que nos ha prometido, al igual que lo hizo con los israelitas. El pueblo de Israel, cuando todavía se encontraba en el árido desierto, pueden degustar de los frutos de la tierra prometida gracias a aquellos exploradores que confirmaron la verdad de las promesas realizadas por Dios.
También con nosotros el Señor se muestra espléndido en sus dones y ya desde ahora nos hace gozar de sus bienes de manera anticipada. Sin embargo, aún no hemos llegado a la meta. Queda margen para la esperanza puesto que los bienes prometidos aún no los poseemos plenamente, ya que todavía tenemos un arduo camino que recorrer, lleno de asechanzas y dificultades.
Pensemos en nuestra confianza en Dios. El Evangelio nos presenta a una mujer cananea, que tiene una confianza ilimitada. Es una mujer extranjera que confía en Jesús, la cual desafía con su decidida perseverancia el corazón del Maestro. Y esto nos sirve a nosotros como un motivo de ánimo, como un ejemplo a seguir.
No olvidemos que la predicación de Jesús ya no es únicamente dirigida a los judíos, sino que se ha abierto a más destinatarios, dirigida a una tierra prometida que se encuentra más allá de los confines de Palestina. Por ello, el encuentro con la mujer cananea constituye un episodio emblemático.
Es un encuentro entre un “Rabí” y una mujer, que por añadidura es pagana. Qué sorprendente es la manera en la que Jesús se comporta con la mujer. Para el evangelista es importante mostrarnos cómo es la actitud del Maestro, ya que nos expresa la distancia y la desconfianza normal que existía entre el pueblo elegido y los pueblos paganos.
Sin embargo, Jesús rompe de nuevo esquemas y estereotipos: no se deja envolver en una mentalidad retrógrada. Todo lo contrario, es un Dios que ya no se mueve por la nación, por la religión o por las apariencias de la persona, sino que ve directamente la fe de la mujer y la confianza que ésta deposita en Él.
La fe de la mujer ha quedado probada. Ante la desesperación de una madre por la vida de su hija se postra ante Jesús y, aunque no recibe una respuesta del todo favorable, “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos”, ella encuentra la rendija de la esperanza, transformando la objeción del Maestro en el milagro que necesitaba: “Es cierto, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Esta mujer cananea a superado el examen del amor: “¡Mujer, qué grande es tu fe!”.
Dios espera que nosotros mostremos una gran esperanza y confianza en Él. Tal vez las primeras respuestas, aunque no sean definitivas, ya nos van mostrando un camino para ir más allá de lo que estamos acostumbrados. También las pruebas y adversidades ahondan en nosotros el verdadero sentido de la confianza en Dios.
En la vida habrá pruebas, obstáculos y momentos no tan gratos. Sin embargo, no todo está perdido. No olvidemos que Dios siempre está con nosotros; Él será nuestra fuerza en los momentos difíciles. Simplemente tenemos que aprender a confiar en Él. Permitamos que la gracia del Señor nos ilumine para ir más allá de una fe superficial y podamos adquirir una fe tan profunda que le confíe a Dios todas nuestras batallas.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

Señor yo confío en ti gracias por llenarme de esperanza cada día te suplico cada día me des esa habré de ti.
ResponderEliminarFelicidades padre Que Dios en su infinita bondad lo siga guindo y llenando de su sabiduría para que ud cumpla con amor el Si que le dio al Señor un abrazo y mi oración por ud.
Gracias Señor por todo por toda esa confianza que solo tú sabes dar nomás ayúdame a saberla disernir gracias padre Gera
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