Miércoles XIX semana Tiempo Ordinario
Dt 34, 1-12
Sal 65
Mt, 18, 15-20
Dios hizo una alianza con su pueblo y, sacándolo de la esclavitud del Faraón en Egipto, lo condujo a una tierra que manaba “leche y miel” (cfr. Ex 3, 17). Y es que Dios siempre cumple sus promesas; su amor es eternamente derrochado en nuestros corazones.
Ahora bien, a pesar de que Dios puede hacer su obra salvífica por sus propias manos, Él se vale de hombres que le puedan ayudar en su misión. Uno de ellos ha sido Moisés, el cual, ha cumplido fielmente el papel que se le asignó.
Moisés conducirá, de la mano de Dios, al pueblo a la tierra prometida. Sin embargo, no entrará en ella. Le tocará a Josué ser el encargado de introducir a esa nación al lugar que el Señor les ha dado por herencia.
Ahora bien, el autor sagrado del libro del Deuteronomio no deja de ensalzar la vida de Moisés. Fue un gran profeta, amigo de Dios, solidario con el pueblo, un hombre de buen corazón, un excelente orante, alguien que nos deja clara su mentalidad, puesto que sabe que no es él el que ha realizado esta misión, sino el mismo Dios que ha obrado a favor de su pueblo: Dios es el protagonista de esta historia.
Este episodio debería dejarnos bien en claro algunas cosas: en primer momento, darnos cuenta de que en nuestras empresas la presencia de Dios es indudable, puesto que Él nos acompañará siempre; también debemos de aprender a darnos cuenta que en ocasiones empezaremos proyectos en nombre de Dios, pero otros los llevaran a su termino (Moisés no entró en la tierra prometida, pero si lo ha hecho Josué); otra enseñanza que nos deja este Texto Sagrado es el de reconocer que todo lo que somos, es por la gracia de Dios, ya que todo lo que llegó a ser Moisés en vida, el mismo Señor lo había infundido en él: “soy lo que soy por la gracia de Dios” (I Co 15, 10); también aprendamos a descubrir a Dios en nuestra vida como un gran amigo con el que se puede dialogar en la intimidad de la oración.
Ojalá se pueda resumir nuestra vida del mismo modo que la de Moisés: “No ha vuelto a surgir en Israel ningún profeta como Moisés… ni semejante a él en las señales y prodigios que el Señor le mandó realizar… ni por su poder y los grandes portentos que hizo…”
Jesús no se ha cansado de repetirnos que lo más importante en nuestra vida es el amor: el amor al Padre y a nuestros hermanos. El amor tiene demasiadas exigencias. Cuando vemos a un hermano nuestro apartarse del camino del amor, el Señor nos pide que hagamos todo lo posible por salvarlo, por sacarlo de las garras del maligno, del mismo modo que Moisés lo hizo con el pueblo de Israel.
El Señor nos muestra los pasos que hemos de seguir en esta corrección fraterna: hablar con él a solas, después ante dos o tres testigos, luego ante la comunidad; si nos hace caso, habremos ayudado a salvar a un hermano. Tal vez no nos escuche, incluso puede que nos juzgue loco, pero hemos de luchar por salvar al prójimo. Bien lo dijo San Juan Pablo II: “Cuando se trata de salvar almas, el tiempo, más que oro, vale la gloria”.
Probablemente no nos toque ver la conversión de nuestro hermano o contemplemos su conversión, pero habremos cumplido con lo que el Señor nos pidió, como el mismo Moisés. Tal vez no se nos permita ver el fruto de nuestro esfuerzo, como Moisés no entró en la tierra prometido, pero al final solo quedará lo que hemos hecho para Dios.
Recordemos que, “al atardecer de la vida seremos examinados en el amor” (San Juan de la Cruz). No se nos examinará por los éxitos y frutos a corto plazo, sino por el amor y la entrega que hayamos puesto en cada una de las acciones que realizamos, en la medida en que colaboremos en el proyecto salvífico de Dios.
Animémonos a vivir amando y confiando en el Señor, como lo hizo Moisés, como lo hizo Jesús.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Así sea!!Gracias por tu amor primero,dame la gracia de amar más y mejor! Que se haga tu santa voluntad en mi!! bendecido día! gracias padre Gerardo!!
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