Viernes XIX semana Tiempo Ordinario
Jos 24, 1-13
Sal 135
Mt, 19, 3-12
A lo largo de nuestra vida se nos ha enseñado a que debemos insistir y perseverar por aquello que tanto deseamos o anhelamos: si quiero ser el mejor en la clase, debo de aplicarme y ponerme a estudiar; si quiero ser el mejor deportista, tengo que entrenar constantemente; si deseo adquirir una vivienda, he de trabajar y así poder comprarla…
En la vida hay que insistir. Y es lo que el Señor ha hecho con su pueblo: constantemente Dios nos recuerda todo lo bueno que ha hecho por él: como llamó a Abraham y lo consolidó como el padre de todos los creyentes; en Isaac se cumple la promesa de hacer una descendencia tan numerosa como las arenas del mar, como las estrellas del cielo; en Jacob ha consolidado a su pueblo, llamándolo “Israel”; por Moisés liberó de las ataduras de la esclavitud a su pueblo; y en Josué los ha hecho entrar en la tierra que Él les había prometido dar en herencia.
Constantemente hemos de hacer presentes nuestros recuerdos y no permitir que nos olvidemos de todo lo que Dios ha hecho por su pueblo. Ahora, no únicamente debemos de pensar en lo que Dios “hizo”, sino que hemos de caer en la cuenta de todo lo que el Señor “sigue haciendo” en el presente.
Dios nunca se va a cansar de insistir, de recordarnos todo lo que hace por nosotros. Por ende, hemos de recordar todo lo que Dios nos ha otorgado por medio de su Hijo muy amado. Nos corresponde a todos los cristianos luchar y perseverar en aquella alianza, insistiendo al Señor, volviendo a Él de todo corazón, enfocándolo todo desde el amor.
El cristiano debe ser cuidadoso en aquello que va a insistir, ya que no debe moverse únicamente por un interés personal o por una comodidad en la vida. Ejemplo de cómo no debemos de insistir al Señor lo encontramos en el Evangelio: “Unos fariseos le preguntaron a Jesús: ¿Le está permitido al hombre divorciarse de su esposa por cualquier motivo?... Entonces, ¿por qué ordenó Moisés que el esposo le diera a la mujer un acta de separación, cuando se divorcia de ella?”.
Actualmente vivimos en un mundo que insiste, pero única y exclusivamente en sus intereses personales. No está abierto a los demás, a un bien mayor. Es tanto lo que se afana en sí mismo, que termina distorsionando la realidad, haciendo que todo gire a su alrededor, igual que los fariseos en tiempos de Jesús. Constantemente nos afanamos tanto en salirnos con la nuestra, en hacer lo que yo quiero, convirtiendo la libertad en libertinaje. Creemos que por ser libres podemos hacer lo que nos venga en gana.
Cuando esto llega a suceder es debido a “la dureza del corazón”, como bien lo dijo Jesús. “Quien no conoce su historia está condenado a repetirla” (Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana y Borrás). Lo mismo le sucedió al pueblo de Israel, constantemente endurecía su corazón a Dios. Sin embargo, el Señor nos sigue amando y confía en que sabremos insistir en aquello que es importante: “No endurezcan su corazón” (Sal 95, 8).
Continuamente hemos de insistir al Señor, pero no sólo en los interese personales que pueda tener el corazón, sino más bien, debemos insistir en lo trascendental: en el amor, en el perdón, en la conversión. Haciendo todo esto, lograremos experimentar la cercanía de Dios y nos abandonaremos completamente a sus designios salvíficos.
Que Dios nos conceda la gracia de poder abandonarnos a Él y podamos insistir en aquello que es bueno, recto y justo.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Q asi sea 🙏
ResponderEliminarQue Dios nos acompañe y nos dé fortaleza 🙏🏼
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