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"Jesús, el pan que da vida"

 XIX Domingo del Tiempo Ordinario: Ciclo “B”


I R 19, 4-8

Sal 33

Ef 4, 30- 5, 2

Jn 6, 41-51



    Y de nuevo la multitud murmura contra Dios. Su mente y corazón siguen tan embotados que no alcanzan a comprender el significado de las palabras del Maestro, en donde Jesús presenta la verdad de Sí mismo: “Yo soy el pan de vida que ha bajado del cielo, para darle vida al mundo”.


    La murmuración de la muchedumbre es muy similar a aquella murmuración que hace el pueblo de Israel en el desierto. Esto es una representación de aquellos lamentes del hombre de todos los tiempos, incapaz de encontrarse delante de la propia necesidad, buscando excluir el sufrimiento en su vida. 


    Así como le sucedió a Elías, le sucede al hombre actual, que, cansado y destrozado, afirma: “¡Ya basta, Señor! Toma mi vida”. Esa historia del profeta es la historia de muchos hombres. Pero, al igual que Elías, Dios intervendrá, ya que el deseo del Padre para todos sus hijos es la felicidad de todos los hombres.


    Ahora, Dios interviene en nuestra vida, pero no lo hace a nuestro antojo, sino que tiene su propio estilo. A Elías no le quitó el cansancio. Más bien le da “un poco de pan y un poco de agua” para que llegue al Horeb, es decir, al monte de Dios. Aquí podemos observar como la manera en la que Dios interviene con toda su fuerza es en las cosas cotidianas, desde la humildad y sencillez.


    Es aquí, tanto en el profeta como en cada uno de nosotros, que florece el deseo de continuar nuestro camino. Es con Dios que tenemos la capacidad de recapacitar y recomenzar, de perseverar en nuestro diario caminar, de levantarnos de nuestras caídas.


    “Yo soy el pan que ha bajado del cielo”. “Yo soy”. Son las mismas palabras con las que Dios se presenta al comienza de la Historia de Salvación, cuando se le aparece a Moisés por medio de la zarza ardiendo (cf. Ex 3, 1-14). Ahora Jesús emplea esa frase para recordarnos la alianza de amor que el Padre ha realizado con el hombre. Pero ahora es acompañado como el alimento, es decir, como aquello que va a sostener al hombre a lo largo del camino que tiene que emprender para llegar a la meta del cielo.


    Diría el Papa emérito: "La Eucaristía es el medio, el instrumento de esta transformación recíproca, que tiene siempre a Dios como fin y como actor principal: Él es la Cabeza y nosotros los miembros, él es la Vid y nosotros los sarmientos. Quien come de este Pan y vive en comunión con Jesús dejándose transformar por Él y en Él, está salvado de la muerte eterna: ciertamente muere como todos, participando también en el misterio de la pasión y de la cruz de Cristo, pero ya no es esclavo de la muerte, y resucitará en el último día para gozar de la fiesta eterna con María y con todos los Santos" (Benedicto XVI).


    “Atraídos por el Padre” y comiendo del pan bajado del cielo, vamos experimentando la vida eterna, puesto que la fe se hace más fuerte, capaz de adherirse más al Señor y suscitando en nosotros un seguimiento más comprometido con el Señor.


    No es tiempo para “murmurar”. El Señor se lo ha pedido a sus discípulos y también nos lo pide a nosotros. ¿Qué es lo que tenemos que hacer? Acogerlo con sencillez de corazón, como el Pan vivo bajado del cielo, alimentándonos de Él y así seguir nuestra travesía hacia la vida eterna.


Pbro. José Gerardo Moya Soto

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