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"La bondad de Dios"

 Miércoles XX semana Tiempo Ordinario


Jc 9, 6-15

Sal 20

Mt, 20, 1-16



    La perícopa que hemos meditado en la primera lectura es una fábula, la cual está llena de ironía, pues se burla del rey que han buscados los habitantes de Siquén: el terrible Abimélek.


    ¿Quién era Abimélek? Era uno de los numerosos hijos de Gedeón, el cual era medio israelita y medio cananeo. Logró gobernar después de haber asesinado a traición a setenta hermanos suyos, salvándose únicamente el más pequeño, Jotán, el cual, no callará, sino que proclamará a gritos la fábula que hoy hemos meditado.


    La alegoría que presenta Jotán es muy expresiva y significativa: los árboles desean un rey, pero aquellos que son útiles -el olivo, la higuera y la vida- no aceptan. En cambio, quien sí acepta enseguida es la zarza, un arbusto nocivo. Ese es Abimélek.


    Generalmente ha sido un gran problema acertar en la elección de las personas que nos han de gobernar, tanto en lo civil, como en lo eclesiástico. Esta fábula hay que entenderla en un sentido pragmático. Hay muchos que buscan el poder únicamente para sacar provecho de su condición, o para enriquecerse a costa del pueblo. En el mundo hay personas oportunistas que aprovechan una situación delicada y sacan provecho. ¡Cuántos oportunistas hay en el mundo!


    Prueba de esto lo encontramos también en el Evangelio: unos trabajadores que se avivan y comienzan a pensar ambiciosamente. Al ver que se les ha pagado un denario a aquellos hombres que trabajaron únicamente una hora, ellos “creyeron que recibirían más”. Pero no fue así, también recibieron un denario.


    Con esta parábola, podemos caer en el error de pensar o creer que el propietario de la viña es injusto, por haberle pagado lo mismo a todos: ¡Qué injusto ese hombre! Yo diría mejor: que oportunista esos trabajadores. Querían sacar provecho de una situación concreta y así enriquecerse mas.


    Pero no fue así. El propietario, que representa a Dios en esta parábola, nos muestra su bondad: “Amigo, yo no te hago ninguna injusticia. ¿A caso no quedamos en que te pagaría un denario? Yo quiero darle al que llegó al último lo mismo que a ti. ¿Qué no puedo hacer con lo mío lo que yo quiero? ¿O vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?”.


    Dios no hace nunca distinción de los suyos. Tal vez muchos de nosotros desde muy pequeños hemos estado cercas de Él por medio de la oración, o asistiendo a misa, o recibiendo constantemente los sacramentos. También puede ser que algunos otros se acerquen a Dios al final de su vida. La bondad de Dios es igual para todos y a todos nos tocará lo mismo, un denario: es decir, la salvación, la vida eterna.


    Mas que ponernos en una actitud de queja o reclamo, deberíamos de alegrarnos con aquella persona por haber trabajado en la viña del Señor. No importa si fue desde el comienzo del día, o a media mañana, o a media tarde, o al caer el sol. Lo importante es trabajar para Dios. Así como aquel hombre que encuentra la oveja que se le había perdido, o aquella mujer que encuentra la moneda de plata que había extraviado, así nosotros debemos de alegrarnos con aquellos que son invitados a trabajar en la viña del Señor.


    No seamos oportunistas, intentando o tratando de sacarle ventaja a nuestro ser de creyente. Al contrario, mejor ayudemos a otros a acercarse al Señor. Alegrémonos por tener un Dios bueno, que a todos los que se convierten y trabajan para Él les da lo mismo que aquellos que han estado toda su vida en su propiedad. Agradezcamos al Señor “porque es bueno, porque su misericordia es eterna” (Sal 100, 5).



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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