Lunes XXI semana Tiempo Ordinario
I Tes 1, 1-5. 8-10
Sal 149
Mt, 23, 13-22
El día de hoy comenzamos a reflexionar en la primera carta a los Tesalonicenses. Es el escrito más antiguo que se conserva del Nuevo Testamente fechado aproximadamente en el año 51, apenas unos veinte años de la muerte de Jesús.
Tesalónica era la capital de la Macedonia romana, al norte de Grecia, lugar en donde habitó Pablo por unos meses. Junto con Silas, han fundado una comunidad cristiana, la cual provenía de paganos griegos convertidos al cristianismo.
Ahora bien, San Pablo, en los elogios que hace a la Iglesia de los Tesalonicenses, nos deja plasmada el semblante de cómo debería de ser toda comunidad cristiana, sin importar el tiempo o el lugar en la que se encuentre. Toda comunidad de creyentes tiene que abandonar para siempre cualquier inclinación a los ídolos, ya que todos esos “falsos dioses” que solemos venerar nos apartan del verdadero amor que proviene de Dios. Sólo tenemos un Dios, al cual debemos acoger en nuestro corazón y dejarnos guiar por Él: “El Dios vivo y verdadero”.
Es de esa manera que la comunidad puede impulsar “la actividad de su fe”, ya que su fe no será nunca una fe muerta, sino que se convertirá en una aceptación amorosa de Jesús, impulsando todas sus acciones por la fuerza del Espíritu Santo. El amor de Jesucristo no será una siempre acción hueca, sino una realidad latente en nuestra existencia, la cual nos seguirá impulsando a vivir fielmente el Evangelio y haciéndolo todo en nombre del amor.
Por ese motivo, Jesús, con entrañas de misericordia y amor, Aquel que “nos perdona hasta setenta veces siete” (cfr. Mt 18, 22), el que acoge a Simón Pedro después de su triple negación (cfr. Jn 21, 15-17), nos advierte sobre la manera en la que nos comportamos en nuestra fe: “Abran los ojos y cuídense de la levadura de los escribas y fariseos” (Mt 16, 6).
El Maestro nos sorprende con estas palabras durísimas. Sabemos que están dirigidas a los escribas y fariseos, pero perfectamente nos pueden embonar a nosotros. ¿Habrá sido un momento de enfado del Señor? ¿Habrá sido muy severo el Maestro con ellos?
Es curioso que Jesús, con aquellas personas vulnerables, débiles y pecadoras se muestra lleno de compasión, con total misericordia. En cambio, con aquellos que son autoridad, se muestra más duro. Y es que Él mismo nos lo ha advertido: “A quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se le confió mucho, se le pedirá más” (Lc 12, 48).
Jesucristo, que es la “Verdad” (cfr. Jn 14, 6), no soporta la mentira, la hipocresía o la falsedad. Por ese motivo se lo recrimina a los escribas y fariseos. No se trata de quedarnos en los reclamos de Jesús, si son o no trascendentales. Más bien la más grande acusación que les hace es la de ir en contra del amor: el amor al prójimo y a Dios. No es nada personal esta reprenda, sino que la idea del Maestro es “rescatar lo que se ha perdido” (cfr. Lc 19, 10).
Aquellos que tenemos alguna responsabilidad o encomienda, ya sea en la vida familiar, o en el campo de la educación, o de la vida eclesial, tenemos la obligación de dar un buen ejemplo a los demás y no llevar una “doble vida”, entre aquello que enseñamos y que luego no hacemos; de ser exigente con los otros y muy flexibles con nosotros mismos. Tengamos mucho cuidado de no ser como los hipócritas, que presentan una fachada, pero por dentro somos pura falsedad.
Las acusaciones que hemos visto decir a Jesús nos las hemos de aplicar a nosotros, ya que dentro de cada uno de nosotros se puede esconder un pequeño o gran fariseo. Pregúntate: ¿qué actitudes farisaicas descubro en mí? Y una vez que las hayas descubierto, trabaja en ellas, sostenido en el amor de Dios, el cual, “no ha venido a los suyos para condenar, sino para salvarnos” (cfr. Jn 12, 47).
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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