Lunes XX semana Tiempo Ordinario
Jc 2, 11-19
Sal 105
Mt, 19, 16-22
Comenzamos a reflexionar el primer libro de los jueces y el autor sagrado nos quiere recordar la alianza que Dios hizo con su pueblo: “Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo” (cfr. Ex 6, 7-9). El pueblo se había comprometido a tener a Yahvé como su único Dios y Señor. Por desgracia, el pueblo de Israel no cumplió su palabra y se fue tras otros dioses: “Los israelitas hicieron lo que desagrada al Señor, dando culto a otros dioses”.
A pesar de que el pueblo le dio la espalda al Señor, Él permaneció fiel. Sabemos que Dios cumplió la promesa que había entablado con el pueblo de Israel. Por ello, Yahvé empleó todas las medidas posibles para seguir atrayendo a su pueblo: “El Señor los puso en manos de los salteadores…” pero también les envío Jueces, “que los salvaban de sus enemigos”.
De nuevo nos encontramos ante la constante falta del pueblo: abandonar al Dios verdadero y adorar a “falsos dioses”. Y eso es una tragedia, puesto que esos “ídolos” nunca podrán ofrecer lo que el Señor les ofrecía.
Recordemos que los cristianos estamos llamados a seguir fieles a la alianza que Dios tuvo con Israel y que ha sido perfeccionado y consumada por el sacrificio de Jesucristo en la Cruz. Jesús nos da vida, su amor, la salvación.
Nosotros podemos cometer esta misma equivocación. Podemos caer en el error de volver nuestra espalda al Señor e ir en búsqueda de la felicidad por otros caminos, sirviendo a otros ídolos. Lo mismo que le ha sucedido al joven rico del Evangelio, el cual no quiso renunciar a todas sus riquezas para alcanzar “la vida eterna”.
Jesús le muestra lo que tiene que hacer: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, ama a tu prójimo como a ti mismo”. Incluso lo invita a ir más allá del mero cumplimiento de la ley. Le invita a dejar sus bienes, aquellos que no le permiten una entrega generosa de su vida.
El joven no comprendió de fondo la enseñanza del Señor. No entendió lo que Jesús le quería ofrecer: su amistad, su luz, su amor, su felicidad… el joven creyó que el dinero podía darle más que lo que Jesús le ofrecía. Prefirió quedarse triste antes que renunciar a su “ídolo”, el dinero.
Jesús nos quiere confrontar. Al igual que aquel joven rico nos pregunta: “¿Quieres ser libre?”. Para poder conquistar la verdadera libertad debemos de renunciar a nuestros apegos. Desnudo nace uno a la vida; para renacer a la vida eterna, hay que estar desnudos. Hemos de romper nuestras dependencias a las riquezas, a las ansias de poder: sólo la “Verdad” nos puede hacer libres.
El Maestro, más que renunciar, nos pide que seamos nosotros mismos, que maduremos. No valemos por lo que tenemos o por todo aquello que hagamos, sino por lo que somos. Cristo le pide al joven que piense más en los demás. Es ahí donde radica la verdadera conversión: un cambio radical de corazón para poder dirigirlo hacia el Amor.
También nosotros nos encontramos frente aquel hombre que lo pide todo. Aquella mirada de Jesús ha cambiado al joven, ya que le produce un vértigo espantoso. Es como si Jesús lo estuviera empujando a volar sobre un abismo sin fondo. Cierto, el joven tuvo miedo: miedo a ser libre, miedo a amar, miedo a seguirlo. Prefirió darle la espalda e irse de ahí.
Sin temor a equivocarme estoy seguro de que desde aquel momento el joven rico no volvió a ser el mismo. Tuvo que haberse sentido íntimamente triste: una tristeza de saber que no se atrevió a seguir a Jesús. Su nostalgia es más desgarradora e intenta distraerse: viaja mucho, compra cosas, se desenfrena en el placer… pero todo le resulta inútil, ya que hay cosas que el dinero jamás podrá comprar.
Jesús debió quedarse triste también por aquel joven, ya que había hecho una elección equivocada. Pero sabemos que el Maestro deja la puerta abierta de su casa, de su corazón, para aquellos que quieran regresar a Él.
Hoy el Señor te vuelve a mirar y te dice: “Solo una cosa te falta…” (cfr. Mc 10, 21). Cada uno de nosotros sabemos qué tenemos que dejar para alcanzar la vida eterna. ¿Te animas a dejarlo todo y seguirlo?
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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