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"Transfiguremos el corazón"

 Transfiguración del Señor

Fiesta


Dn 7, 9-10. 13-14

Sal 96

Mc 9, 2-10



    El día de hoy, la liturgia nos ofrece celebrar la fiesta de la Transfiguración del Señor. El Evangelio nos narra que los apóstoles Pedro, Santiago y Juan, son testigos de este acontecimiento extraordinario: “Jesús tomó a parte… y subió con ellos a un monte alto y se transfiguró en su presencia”.


    Este evento de la Transfiguración del Señor nos ofrece a todos los creyentes un mensaje de esperanza. Nos interpela e invita a encontrarnos con Jesús, para que posteriormente estemos al servicio de los hermanos.


    La ascensión de los discípulos al monte Tabor nos lleva a reflexionar sobre lo importante que es separarse de las cosas mundanas y así poder emprender un camino hacia lo alto y poder contemplar a Jesús con toda su gloria. También se trata de ponernos a la escucha atenta y orante de Cristo, el Hijos amado del Padre, en donde busquemos momentos de oración, permitiéndonos la acogida dócil y alegre de la Palabra de Dios.


    En este “subir”, en esta ascensión espiritual, en este desprendimiento de las cosas mundanas, estamos llamados a redescubrir el silencio pacificador y regenerador de la meditación del Evangelio, el cual, nos conduce hacia la meta de la gloria. Y en la medida en que nos pongamos en esta sintonía, en la escucha atenta de la Palabra de Dios, descubriremos lo bello y hermoso que resulta la contemplación del Señor.


    En este tiempo vacacional se nos presenta un momento providencial para para que se dé la búsqueda y el encuentro con el Señor. En estos momentos, muchos están descansando de sus ocupaciones ordinarias: estudios, trabajos, etc. Es importante darnos un periodo de descanso y de desconexión de las ocupaciones cotidianas, de restaurar nuestras fuerzas, y que mejor método que profundizar en el camino espiritual.


    Al finalizar aquella experiencia tan maravillosa de la Transfiguración, aquellos hombres bajaron del monte con el corazón transfigurado por el encuentro con el Señor. Y ese mismo recorrido lo podemos hacer nosotros también. 


    Una vez que nos hemos reencontrado con el Señor en el Tabor, hemos de ir por el mundo recargados de la fuerza de su Espíritu Santo, para ir trazando nuevos caminos de conversión, de paz, y así dar testimonio de aquel encuentro que se ha suscitado en nuestra vida. Una vez que nos hemos dejado transformar por la presencia de Cristo y el ardor de su Palabra, seremos un signo concreto del amor vivificante de Dios.


    Que también se pueda decir de nosotros aquella expresión tan hermosa que el Padre ha empleado para su Hijo: “Éste es mi hijo muy amado, ¡escúchenlo!”. Que al encontrarnos con el Señor nos lleve a ser reflejos de su gloria en medio de nuestras actividades diarias, para que por medio de nuestro obrar y hablar, trasmitamos al mismo Dios con el que nos hemos encontrado por medio de la oración y meditación de su Palabra.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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