Viernes XXI semana Tiempo Ordinario
I Tes 4, 1-8
Sal 96
Mt, 25, 1-13
¿Alguna vez a soñado con algo? No sé: ¿alguna vez a querido ser el mejor en algo? ¿Has añorado en tu vida ser el más grande en algo? Creo que todos, en algún momento de nuestra vida hemos soñado en cosas grandes: tener un buen empleo con un excelente salario, formar una bella familia y habitar en una casa muy prestigiada, tener grandes negocios que le den estabilidad a mi vida, etc. Sin duda alguna estoy seguro de que muchos si hemos soñado así muchas veces.
¿Qué crees? Dios también tiene un sueño: Él quiere que todos nosotros llevemos una vida sagrada y santa: “Que el Señor los conserve irreprochables en santidad” (cfr. I Ts 3, 12). Y es que vivir una vida santa es la que está a favor de Dios y de los hombres.
Dios no nos llama a vivir una vida impura, sino sagrada. Esta consigna no es única y exclusivamente para los miembros de la comunidad de Tesalónica, sino que también es para nosotros. Constantemente la Sagrada Escritura nos está haciendo la invitación de vivir en la rectitud de la fe, es decir: vivir en santidad.
Si vamos más allá del simple hacer, si damos unos cuantos pasos más en nuestro camino de creyentes, encontraremos que una vida sagrada consiste en “amar a Dios con todas nuestras fuerzas y al prójimo como a mí mismo” (cfr. Mt 22, 37-39). De aquí, pues, la invitación que nos hace San Pablo: “Absténganse de todo acto impuro; traten a su esposa con santidad y respeto…; que nadie ofenda a su hermano”.
Es de esta manera en la que el Evangelio puede venir a cascar perfectamente: “estén preparados, porque no saben ni el día ni la hora”. Constantemente vamos prolongando el trabajar en nuestra santidad. Muchas veces caemos en la tentación y decimos: “después inicio mi conversión”, “más delante cambio o quito ciertos vicios en mi vida”, “hay más tiempo que vida”, etc.
Esta tentación es muy latente en nuestra vida. Nos hemos acostumbrado a ir postergando lo verdaderamente importante por lo más próximo. En algunas ocasiones ya hasta nos da igual y perdemos todo ánimo o esperanza por cambiar ciertos “hábitos” en nuestra manera de vivir. Tengamos cuidado, no vaya a ser que en nuestro descuido “llegue el novio” y no podamos salir a su encuentro, ya que nuestras lámparas se han apagado.
Estas cinco jóvenes previsoras han de ser un impulso y estimulo a perseverar en nuestro deseo de alcanzar la santidad. Mantener el espíritu alerta y preparado para la venida del Señor, supone desear con pasión su glorioso retorno, verlo como lo más importante de nuestra vida. Si es así, ya no habrá nada que nos distraiga de ese deseo.
El cristiano debe de tener la alegría de pertenecer al Señor, el único esposo de la Iglesia y salir a su encuentro cuanto este llegue. Cada uno de nosotros tenemos nuestra propia lámpara. ¿Cuántas veces uno se distrae y vive en la oscuridad? Incluso, algunas veces queremos sacar provecho de la luz de los otros. Pero no debe de ser así, cada uno de nosotros tiene su luz propia. En cada uno Dios nos ha dejado una luz particular, una luz que nos ha de llevar a anhelar y desear la santidad en nuestra vida.
Por ese motivo, tenemos que cuidar nuestras lámparas. Cuando éstas se comienzan a debilitar, tenemos que recargarlas. Y ¿cuál es el aceite de nuestras lámparas? La oración, los Sacramentos, las buenas obras, etc. Todo esto nos ayuda a recargar nuestras lámparas con el aceite de la santidad.
Nuestra vida ha de ser una lámpara encendida que brille con la luz de la santidad, para que esa luz esté siempre luminosa. Por ello, será necesario que almacenemos una buena cantidad de aceite. No temamos ir en contra de este mundo, viviendo como Dios lo espera de nosotros. Al contrario, hemos de estar debidamente preparados para la llegada del esposo. Vivamos, pues, preparados para entrar al banquete de las bodas del Reino.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Así sea que Nuestro Señor nos de ka fuerza y sabiduría para estar despiertos y preparados. 🙏
ResponderEliminarBendiciones padre 🙏
🙏🏻Que así sea!!
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