Jueves XXIV semana Tiempo Ordinario
I Tm 4, 12-16
Sal 110
Lc 7, 36-50
Con mucha frecuencia sucede que, los cristianos, oyen mejor a sus amistades que a sus padres, prefieren hacerle caso a las personas que le aconsejan seguir un mal camino en vez de escuchar a aquellos que quieren el bien para ellos. Parece ser que esto, según nos lo indica San Pablo en la primera lectura, le sucedió a Timoteo: algunos de sus oyentes no le tenían mucha consideración por ser demasiado joven.
Así como San Pablo, también yo te aliento a ti, querido lector: no te desanimes por los obstáculos que se presenten en tu vida; no permitas que la gente te desaire por ser demasiado joven, o por no tener un conocimiento tan avanzado en ciertos campos de la fe, o porque parece que ante los ojos del mundo no sirves. Por ello, te aconsejo, como el Apóstol lo hizo con Timoteo a “ser un modelo para los que te rodean, tanto en tu manera de hablar, como en tu manera de comportarte; todo hazlo con amor, con fe y honradez.
Hemos de aprender a vivir todo aquello que predicamos. De no ser así, se corre el riesgo de que la gente no nos escuche, y no tanto por ser jóvenes, sino porque no damos testimonio de vivir lo que les decimos. Por ello, la exhortación de Pablo puede ser aplicada a los cristianos de cualquier época.
¿No hemos sabido vivir lo que predicamos? ¿Aún no alcanzamos a dar testimonio de vida de lo que decimos creer? No te desanimes: inténtalo de nuevo. Como aquella mujer que el evangelista nos ha mostrado: una mujer de mala vida que llega a la casa de Simón y hace un gran gesto de amor: “comenzó a llorar, y con sus lagrimas bañaba los pies de Jesús; los enjugó con su caballera, los besó y los ungió con el perfume”.
Esta mujer no se desanimó por “vivir una mala vida”, todo lo contrario, reconoció su pecado y buscó a Aquel capaz de sanar y curar su dolor. Ella acudió a ver a Jesús, puesto que sabía todo lo que había realizado: curaba a los enfermos, sanaba a criados de los centuriones romanos, incluso, había resucitado al hijo de una viuda, en Naím. Si había realizado todos estos signos, ¿Jesús no podría ser capaz de perdonar sus pecados? ¿Acaso el Señor no podría hacer que esta pecadora experimentara el perdón de todas sus ofensas?
Esta mujer, saltándose todos los prejuicios sociales de su tiempo, se adentró a la casa del fariseo a manifestar su amor a Jesús, y no encontró otra manera mejor para demostrarlo que bañándoles los pies con lagrimas de pecadora, secándolos con sus cabellos de arrepentimientos y ungiéndolos con el perfume de la conversión. También a nosotros nos vendría muy bien reconocer nuestra fragilidad, nuestro ser pecador y acercarnos al Maestro con esta actitud de verdadero arrepentimiento por todo aquello que hemos realizado que no es grato a los ojos del Padre.
Jesús, con la parábola que le presenta a Simón, de los dos deudores, lo hace caer en la cuenta de que, al que más ama, más se le perdona. Por eso no dudó en decir: “Sus pecados, que son muchos, le han quedado perdonados, porque ha amado mucho”. Lo mismo sucede con nosotros: si amamos a Dios, nuestros pecados serán perdonados. Y entre más lo amemos, más libres nos sentiremos de las ataduras del pecado. Aquí lo importante ya no es únicamente el perdón de los pecados, sino el amor, el amor tan grande que Dios quiere que tengamos por Él, así como Él nos ha amado desde siempre y para siempre.
Una vez más el Señor nos muestra a todos el camino de su amor y de su perdón. Son sus palabras las que nos llenan de gozo y de paz. No tengamos miedo de volver a Dios. Él nos está esperando, para perdonarnos, para mostrarnos su amor. No te desanimes: mejor acércate a Jesús para que sientas su amor y, una vez que te hayas llenado de ese amor, continúes manifestando a todo que vale la pena el camino del cristiano.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

Muchas gracias Señor Díos por amarme como me amas gracias por perdonarme todo aquello que no es grato a tus ojos gracias padre Gera buen día 😊
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