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"Dios siempre es fiel"

 Lunes XXVI semana Tiempo Ordinario


Za 8, 1-8

Sal 101

Lc 9, 46-50



    Sin duda alguna los planes de Dios son perfectos, sus proyectos son salvadores y buscan renovar la alianza con el hombre. A pesar de que el hombre muchas veces le es infiel y le da la espalda, el Señor está siempre dispuesto a perdonar y recomenzar.


    El profeta Zacarías, en sus oráculos, no centra su predicación en la reconstrucción del Templo o el levantar las murallas de la ciudad, sino que más bien se enfoca en la reparación de los valores que se han ido perdiendo en la comunidad. Sea cual sea la situación en la que nos encontremos, ya sea personal o en comunidad, con la ayuda de Dios, será posible la reconstrucción de la vida, de la Alianza que Él pactó con nuestros padres y se hace presente en su Hijo.


    “Así dice el Señor”, son palabras que manifiestan un gran optimismo, son acciones que Dios desea para su pueblo. Estos oráculos que hemos meditado no muestran el gran amor del Señor por su pueblo y la lealtad por ver cumplida sus promesas: “Volveré y habitaré en medio de ustedes y serán llamada 'ciudad fiel'… la paz y la alegría reinará en todos tus habitantes; los ancianos se sentarán tranquilamente en las calles y los jóvenes jugarán… Yo salvaré a mi pueblo de los otros países… ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios”.


    Dios jamás se va a cansar de mostrarnos su amor y lealtad. A pesar de que muchas veces somos nosotros los que nos alejamos, Él irá a nuestra búsqueda, no se dará por vencido fácilmente. Todo lo contrario: sería capaz de ir por ti hasta el rincón más lejano del mundo, ¿sabes por qué? Porque te ama y siempre te amará: “Con amor eterno de he amado” (Jr 31, 3).


    Si todo esto lo hizo en el Antiguo Testamento, con cuanta mayor razón lo hace en nuestro tiempo por medio de la Nueva Alianza sellada con la sangre de su Hijo amado, por medio el cual podemos vivir como verdaderos hijos de Dios. Por medio de Jesucristo es que podemos experimentar latentemente el amor del Padre.


    Por otra parte, los seres humanos tenemos la mala costumbre de pensar: ¿quién será el mayor entre nosotros? ¿Quién será el más importante? Esto se dio incluso entre los apóstoles, aquellos que vivieron con el Señor.


    Los criterios de la sociedad actual van por un camino completamente distinto al que el Señor nos propuso. ¿Quién es el que más vale según el mundo? Aquel que tiene más dinero, el que posee más poder, el que tiene un cargo político, el profesional, el artista o famoso que tiene seguidores, etc.


    Sin embargo, Jesús tiene evidentemente otros criterios. ¿Quién es el mayor según Jesús? Aquel que se hace como niño, es decir: el más necesitado, el indefenso, el inocente, el dócil. El niño es el mayor no por todo esto, sino porque necesita de los demás y no puede vivir solo con sus fuerzas. Ya Jesús nos había mostrado en otras ocasiones su preferencia por los pobres, por los necesitados. Por ello sus seguidores debemos de hacer lo mismo.


    Ahora bien, Jesús nos enseña que el mayor entre los hermanos debe entregar su vida, ponerla al servicio de los demás, haciendo lo mismo que Él hizo: “yo no he venido a ser servido, sino a servir” (cfr. Mt 20, 28).


    Que el Señor nos conceda la gracia de experimentarlo cercano, de saber que Él se mantiene firme en nuestra vida y siguiendo su ejemplo nosotros nos hagamos el último, el servidor de todos y ser así el más grande en el Reino de los Cielos.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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