Sábado XXIV semana Tiempo Ordinario
I Tm 6, 13-16
Sal 99
Lc 8, 4-15
El anuncio de la Palabra es sumamente importante para el evangelista San Lucas. Es un tema tan entrañable que desea que, la Buena Nueva, llegue a todos los oyentes de una forma clara y sencilla, de manera que pueda ser acogida en el corazón y, con la gracia de Dios, dar frutos abundantes.
La propuesta que el evangelista hoy nos hace, por medio de la parábola del sembrado o de la buena semilla, la realiza con gran esperanza y con mucho optimismo.
Para Lucas, la escucha atenta de la Buena Noticia debe ser acogida en el interior. El evangelista sabe que esa adhesión en el corazón es un don de Dios, como lo es en sí mismo la semilla, es decir, su Palabra. Podemos decir que, los discípulos, han recibido ese don porque el amor de Dios ha tomado la iniciativa en ellos.
Ahora bien, Jesús continúa su misión. Para ello sigue enseñando por medio de un lenguaje parabólico. Esta manera de hablar, lo mismo que todo símbolo, abre la puerta a varias interpretaciones muy diversas. Qué curioso: resulta más difícil entender estas palabras a lo a los sabios y entendidos, mientras que los humildes, los de espíritu abierto y de corazón dócil comprenden con profundidad estos misterios (cfr. Mt 11, 25-26).
No olvidemos que la Palabra de Dios es poderosa y por sí misma tiene una fuerza interior, pero tampoco olvidemos que, para que dé frutos, dependerá de la disponibilidad de la tierra, es decir, de cada uno de nosotros. Recordemos: Dios no nos violenta, mucho menos quiere atentar contra nuestra voluntad. Todo lo contrario: el Señor respeta nuestra libertad y actuará en nuestra vida en la medida en que así se lo permitamos.
Por ende, podríamos preguntarnos: ¿dónde estoy retratado? ¿En aquella tierra en dónde la gente pasó pisando la semilla, luego vinieron los pájaros y se la comieron, es decir, inmediatamente vino el maligno y se la llevó de mi corazón? ¿O me encuentro en el camino pedregoso, dónde escuché con alegría la Palabra, pero en el momento de la adversidad tiré la toalla? ¿O quizás me encuentro entre los espinos y los afanes, las riquezas y placeres de la vida no me permiten dar fruto? ¿O probablemente pueda que la semilla haya caído en tierra buena, es decir que he escuchado la Palabra, conservándola en mi corazón y dando fruto?
Es importante acoger la Palabra con un corazón noble y generoso, perseverando en la meditación y obediencia de ésta. Esa es la actitud que espera Jesús de cada uno de nosotros y es la que nos irá conduciendo a una maduración de fe progresiva.
Que el Señor nos conceda la gracia de poder acoger con sinceridad y humildad su Palabra y así podamos producir frutos buenos, capaces de reflejar la alegría, el amor y la paz que el mismo Dios nos ha otorgado por medio de la Semilla.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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