Lunes XXIII semana Tiempo Ordinario
Col 1, 24- 2, 3
Sal 61
Lc 6, 6-11
San Pablo, una vez después de su conversión, tenía muy claras dos cosas: el saber que estaba llamado a ser un propagador del Evangelio por medio de la evangelización y tenía muy en claro que esto lo podía llevar al sufrimiento, incluso la muerte.
Dios lo ha nombrado ministro y anunciador del “misterio que ha tenido escondido desde siglos y que ahora ha revelado a su pueblo”. Por este misterio nos podemos referir a la salvación en Cristo: “este misterio es Cristo, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer”.
Para revelar este misterio, San Pablo está dispuesto a soportarlo todo y este pasaje nos puede servir no solo para animar a aquellos que están pasando por alguna situación difícil en su vida (como puede ser el dolor, la enfermedad, las dificultades económicas, las crisis existenciales, etc.), sino que es una invitación a unir nuestro sufrimiento al sufrimiento de Cristo.
El Apóstol, inmerso en la debilidad humana, va experimentando en su propio cuerpo las consecuencias de la fragilidad. Sin embargo, no permite que ese dolor, que todo el sufrimiento que está padeciendo, se desperdicie inútilmente, sino que lo ofrece en unión al de Cristo para que, como el del Redentor, sea un medio de salvación para la salvación del pueblo.
Con lo anteriormente dicho, no quiero decir que le haya faltado algo a la Pasión del Señor, la cual ha sido total y definitiva para salvar a toda la humanidad. Más bien con esta afirmación se nos hace la invitación a que todos seamos unos con Cristo. San Pablo no sólo nos invita a participar de la misión evangelizadora de Jesús, sino que nos invita a asumir en propia carne la misión salvífica realizada en la cruz, es decir, a padecer los dolores y sufrimientos como una donación de amor por los demás.
Si nosotros tuviéramos ese motor de fe en Jesucristo, también estaríamos dispuestos a pagar cualquier precio para anunciar las grandezas y maravillas que el Señor ha hecho por todos nosotros.
Si no comprendemos o aceptamos que la vida del cristiano también tendrá sus momentos difíciles, podríamos caer en la mentalidad de los fariseos del Evangelio, los cuales creen que la “Ley del sábado” está por encima del hombre. Pero Jesús nos muestra que hay algo por encima de la ley: el ser humano.
Muchas veces en la vida preferimos una vida sin dolor y sufrimientos, cayendo en la actitud de los fariseos: no se puede trabajar en sábado. Pero recordemos: “sin dolor no te haces feliz”. El sufrimiento que podamos vivir nos hace acercarnos a Dios, ya que Él mismo, por medio de su Hijo amado, sufrió por nosotros.
Jesús comprendió que lo más importante estaba en salvar al hombre, hacer el bien por él, incluso si era sábado. También nosotros, mirándonos en el espejo de San Pablo, aprendamos que seguramente en nuestra vida nos tocará sufrir. Pero al igual que el Apóstol, hemos de alegrarnos de poder sufrir, ya que así nos incorporamos al dolor del Señor, en su misterio pascual, y estaremos contribuyendo a la salvación de los demás.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Así sea que nuestro Señor nos siga iluminando para tratar de poner en práctica sus enseñanzas y ver el sufrimiento con amor por Dios.
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